ROMANOS 2:1-29
ROMANOS 2:1-29 DHHE
Por eso no tienes disculpa, tú que juzgas a otros, quienquiera que seas. Al juzgar a otros te condenas a ti mismo, pues haces precisamente lo mismo que hacen ellos. Pero sabemos que Dios juzga conforme a la verdad cuando condena a los que así se portan. En cuanto a ti, que juzgas a otros y haces lo mismo que ellos, no creas que vas a librarte de que Dios te condene. Tú desprecias la inagotable bondad, tolerancia y paciencia de Dios, sin darte cuenta de que precisamente su bondad es la que te está llevando a convertirte a él. Pero tú, como eres terco y no has querido volverte a Dios, estás acumulando castigo sobre ti mismo para el día del castigo, cuando Dios se manifieste para dictar su justa sentencia y pagar a cada cual lo que merezcan sus acciones. Dará vida eterna a quienes buscando gloria, honor e inmortalidad hicieron siempre el bien; pero castigará severamente a los rebeldes, es decir, a los que están en contra de la verdad y a favor de la maldad. Habrá sufrimiento y angustia para todos los que hacen lo malo: para los judíos en primer lugar, pero también para los que no lo son. En cambio, Dios dará gloria, honor y paz a quienes hacen el bien: a los judíos en primer lugar, pero también a los que no lo son. Porque Dios no hace diferencia entre unos y otros. Todos los que pecan sin haber tenido la ley de Moisés, morirán sin esa ley; y los que pecan a pesar de tener la ley de Moisés, por medio de esa ley serán juzgados. Porque no quedan libres de culpa los que tan solo oyen la ley, sino los que la obedecen. Pero cuando los que no son judíos ni tienen la ley hacen por naturaleza lo que la ley manda, ellos mismos son su propia ley. Por su conducta muestran que la llevan escrita en el corazón. Su propia conciencia lo prueba, y sus propios pensamientos los acusarán o los defenderán el día en que Dios juzgue los secretos de todos por medio de Cristo Jesús, conforme al evangelio que yo predico. Tú dices que eres judío, te basas en la ley de Moisés y te glorías de tu Dios. Conoces su voluntad, y la ley te enseña a escoger lo mejor. Estás convencido de que puedes ser guía de los ciegos y luz de los que andan en oscuridad; de que puedes instruir a los ignorantes y enseñar a los sencillos, ya que en la ley tienes la regla del conocimiento y la verdad. Pues bien, si enseñas a otros, ¿por qué no te enseñas a ti mismo? Si predicas que no se debe robar, ¿por qué robas? Si dices que no se debe cometer adulterio, ¿por qué lo cometes? Si odias a los ídolos, ¿por qué robas las riquezas de sus templos? Te glorías de la ley, pero deshonras a Dios porque no la cumples. Con razón dice la Escritura: “Los paganos ofenden a Dios por culpa vuestra.” Es cierto que la circuncisión tiene valor para quien obedece a la ley de Moisés; pero el que la quebranta es como si no estuviera circuncidado. En cambio, si el que no está circuncidado se sujeta a lo que la ley ordena, Dios lo tendrá por circuncidado aun cuando no lo esté. El que cumple la ley, aunque no esté circuncidado en el cuerpo, juzgará a aquel que quebranta la ley a pesar de tenerla y de estar circuncidado. Porque ser judío no es serlo solo en lo exterior, y estar circuncidado no es estarlo solo en lo exterior, en el cuerpo. El verdadero judío lo es interiormente, y el estar circuncidado es cosa del corazón; no depende de reglas escritas, sino del espíritu. El que es así, resulta aprobado, no por los hombres, sino por Dios.