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1 REYES 1:1-53

1 REYES 1:1-53 La Palabra (versión española) (BLP)

El rey David era ya un anciano entrado en años y, aunque lo cubrían con mantas, no entraba en calor. Entonces sus servidores le dijeron: —Hay que buscar a nuestro señor, el rey, una muchacha virgen que lo atienda, lo cuide y duerma a su lado para que nuestro señor el rey entre en calor. Buscaron una muchacha hermosa por todo el territorio de Israel, encontraron a Abisag, la sunamita, y se la llevaron al rey. La muchacha, que era muy hermosa, cuidaba al rey y lo servía; pero el rey no tuvo relaciones con ella. Adonías, hijo de Jaguit, presumiendo de que él sería el rey, se procuró un carro, caballos y una escolta de cincuenta hombres. Su padre David nunca le había regañado ni le pedía cuentas de lo que hacía, pues había nacido después de Absalón y era también muy atractivo. Adonías se había confabulado con Joab, el hijo de Seruyá, y con el sacerdote Abiatar, que secundaban sus propósitos. En cambio, el sacerdote Sadoc, Benaías, el hijo de Joyadá, el profeta Natán, Simeí, Reí y los valientes de David no estaban a favor de Adonías. Un día Adonías fue a sacrificar corderos, toros y terneros cebados a la piedra de Zojélet, cerca de la fuente de Roguel. Invitó al sacrificio a todos sus hermanos, los hijos del rey, y a todos los hombres de Judá que estaban al servicio del rey; pero no invitó al profeta Natán, ni a Benaías, ni a los paladines, ni a su hermano Salomón. Entonces Natán dijo a Betsabé, la madre de Salomón: —¿No has oído que Adonías, el hijo de Jaguit, se ha proclamado rey sin que lo sepa David, nuestro señor? Ahora voy a darte un consejo, para que puedas salvar tu vida y la de tu hijo Salomón. Preséntate ante el rey David y dile: «Majestad, tú juraste a una servidora que mi hijo Salomón te sucedería como rey y se sentaría en tu trono. ¿Por qué, entonces, se ha proclamado rey Adonías?». Y mientras estés tú allí hablando con el rey, yo entraré detrás y confirmaré tus palabras. Inmediatamente Betsabé se presentó en la alcoba real. El rey estaba muy viejo, atendido por Abisag, la sunamita. Betsabé se inclinó ante el rey y le hizo una reverencia. El rey le preguntó: —¿Qué quieres? Ella le respondió: —Señor, tú le juraste a tu servidora por el Señor, tu Dios, que mi hijo Salomón te sucedería como rey y se sentaría en tu trono; y ahora resulta que Adonías ha sido proclamado rey sin que mi señor, el rey, lo sepa. Ha sacrificado toros, terneros cebados y corderos en cantidad y ha invitado a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y al jefe del ejército Joab, pero no ha invitado a tu siervo Salomón. Ahora, majestad, todo Israel está pendiente de ti y de que les anuncies quién va a suceder en el trono al rey, mi señor. Pues, cuando el rey, mi señor, vaya a reunirse con sus padres, yo y mi hijo Salomón quedaremos como culpables. Todavía estaba ella hablando con el rey, cuando llegó Natán y lo anunciaron al rey: —Está aquí el profeta Natán. Natán se presentó ante el rey, le hizo una reverencia inclinando su rostro y le dijo: —Majestad, ¿has decretado tú que Adonías te suceda como rey y se siente en tu trono? Porque hoy ha ido a sacrificar toros, terneros cebados y corderos en cantidad, ha invitado a todos los hijos del rey, a los capitanes del ejército y al sacerdote Abiatar; ahora están comiendo y bebiendo con él mientras lo aclaman: «¡Viva el rey Adonías!». Pero no me ha invitado a mí, ni al sacerdote Sadoc, ni a Benaías, el hijo de Joyadá, ni a tu siervo Salomón. ¿Acaso mi señor, el rey, ha tomado tal decisión sin haber comunicado a sus servidores quién le sucedería en el trono? El rey David ordenó: —Llamad a Betsabé. Betsabé se presentó al rey y se quedó de pie ante él. Entonces David hizo este juramento: —¡Vive Dios que me ha salvado de todos los peligros! Hoy mismo voy a cumplir lo que te juré ante el Señor, Dios de Israel, cuando te prometí que tu hijo Salomón me sucedería como rey y se sentaría en el trono en mi lugar. Betsabé se inclinó rostro en tierra, hizo una reverencia al rey y dijo: —¡Viva siempre mi señor, el rey David! Luego David ordenó: —Llamadme al sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a Benaías, el hijo de Joyadá. Ellos se presentaron ante el rey y él les dijo: —Tomad con vosotros a los servidores reales, subid a Salomón en mi propia mula y llevadlo a Guijón. Una vez allí, el sacerdote Sadoc y el profeta Natán lo consagrarán como rey de Israel. Entonces tocaréis la trompeta y gritaréis: «¡Viva el rey Salomón!». Luego subiréis tras él, y cuando llegue aquí se sentará en mi trono y empezará a reinar en mi lugar, pues lo he designado jefe de Israel y de Judá. Benaías, el hijo de Joyadá, respondió al rey: —¡Amén! Que así lo decrete el Señor, Dios de mi señor, el rey. Que el Señor esté con Salomón como lo ha estado con mi señor, el rey, y que haga su reino más poderoso que el reino de mi señor, el rey David. Entonces el sacerdote Sadoc, el profeta Natán, Benaías, el hijo de Joyadá, los quereteos y los peleteos fueron a montar a Salomón en la mula del rey David y lo llevaron a Guijón. El sacerdote Sadoc tomó el cuerno de aceite del santuario y consagró a Salomón. Después hicieron sonar la trompeta y toda la gente se puso a gritar: —¡Viva el rey Salomón! Luego todos subieron tras él al son de trompetas y con tanto alboroto que la tierra parecía temblar con sus gritos. Adonías y todos sus invitados lo oyeron cuando acababan de comer. Joab escuchó el sonido de la trompeta y dijo: —¿Por qué hay tanto alboroto en la ciudad? Mientras hablaba llegó Jonatán, el hijo del sacerdote Abiatar, y Adonías le dijo: —Entra, que tú eres persona influyente y traerás buenas noticias. Pero Jonatán le respondió: —¡Todo lo contrario! Nuestro señor, el rey David, ha proclamado rey a Salomón. El rey ha mandado al sacerdote Sadoc, al profeta Natán, a Benaías, el hijo de Joyadá, a los quereteos y a los peleteos y lo han montado en la mula del rey. Luego el sacerdote Sadoc y el profeta Natán lo han consagrado en Guijón y han subido desde allí muy alegres. La ciudad anda alborotada: esa es la razón del griterío que habéis oído. Además, Salomón ha tomado posesión del reino y los servidores reales han ido a felicitar al rey David, diciendo: «¡Que tu Dios haga a Salomón más famoso que a ti, y que haga su reino más poderoso que el tuyo!». Incluso el rey ha hecho una reverencia en su lecho y ha dicho: «¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que ha permitido hoy que alguien se siente en mi trono y que yo lo pueda ver!». Todos los invitados de Adonías se echaron a temblar, se levantaron y se dispersaron. Adonías, temiendo a Salomón, se levantó y fue a refugiarse al amparo del altar. Alguien informó a Salomón: —Adonías, por miedo al rey Salomón, se ha refugiado al amparo del altar, pidiendo al rey que le jure hoy mismo que no va a matar a su siervo. Salomón respondió: —Si actúa como un hombre de bien, no se le tocará ni un pelo; pero, si se le descubre en falta, morirá. Entonces el rey Salomón mandó que lo sacaran del altar. Luego él llegó a rendirle homenaje. Pero Salomón le dijo: —¡Vete a tu casa!

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1 REYES 1:1-53 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

El rey David era ya tan anciano y tan entrado en años que, por más que lo abrigaban, no conseguía entrar en calor. Por eso sus servidores le dijeron: «Busquemos una joven soltera para que atienda a mi señor el rey y lo cuide, y se acueste a su lado para darle calor». Así que fueron por todo Israel en busca de una muchacha hermosa, y encontraron a una sunamita llamada Abisag y se la llevaron al rey. La muchacha era realmente muy hermosa, y se dedicó a cuidar y a servir al rey, aunque el rey nunca tuvo relaciones sexuales con ella. Adonías, cuya madre fue Jaguit, se llenó de ambición y dijo: «¡Yo voy a ser rey!» Por lo tanto, consiguió carros de combate, caballos y cincuenta guardias de escolta. Adonías era más joven que Absalón, y muy bien parecido. Como David, su padre, nunca lo había contrariado ni le había pedido cuentas de lo que hacía, Adonías se confabuló con Joab hijo de Sarvia y con el sacerdote Abiatar, y estos le dieron su apoyo. Quienes no lo apoyaron fueron el sacerdote Sadoc, Benaías hijo de Joyadá, el profeta Natán, Simí y Reguí, y la guardia personal de David. Cerca de Enroguel, junto a la peña de Zojélet, Adonías ofreció un sacrificio de ovejas, bueyes y terneros engordados. Invitó a todos sus hermanos, los hijos del rey, y a todos los funcionarios reales de Judá, pero no invitó al profeta Natán, ni a Benaías, ni a la guardia real ni a su hermano Salomón. Por eso Natán le preguntó a Betsabé, la madre de Salomón: «¿Ya sabes que Adonías, el hijo de Jaguit, se ha proclamado rey a espaldas de nuestro señor David? Pues, si quieres salvar tu vida y la de tu hijo Salomón, déjame darte un consejo: Ve a presentarte ante el rey David, y dile: “¿Acaso no le habías jurado tú mi señor el rey a esta tu sierva que mi hijo Salomón te sucedería en el trono? ¿Cómo es que ahora el rey es Adonías?” Mientras tú estés allí, hablando con el rey, yo entraré para confirmar tus palabras». Betsabé se dirigió entonces a la habitación del rey. Como este ya era muy anciano, lo atendía Abisag la sunamita. Al llegar Betsabé, se arrodilló ante el rey, y este le preguntó: ―¿Qué quieres? ―Mi señor juró por el SEÑOR su Dios a esta tu sierva —contestó Betsabé— que mi hijo Salomón sucedería en el trono a mi señor el rey. Pero ahora resulta que Adonías se ha proclamado rey a espaldas de mi señor el rey. Ha sacrificado una gran cantidad de toros, terneros engordados y ovejas, y ha invitado a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y a Joab, general del ejército; sin embargo, no invitó a Salomón, que es un fiel servidor de mi señor el rey. Mi señor y rey, todo Israel está a la expectativa y quiere que mi señor el rey le diga quién le sucederá en el trono. De lo contrario, tan pronto como mi señor el rey muera, mi hijo Salomón y yo seremos acusados de alta traición. Mientras Betsabé hablaba con el rey, llegó el profeta Natán, y el rey se enteró de su llegada. Entonces Natán se presentó ante el rey y, arrodillándose, le dijo: ―Mi señor y rey, ¿acaso has decretado tú que Adonías te suceda en el trono? Pregunto esto porque él ha ido hoy a sacrificar una gran cantidad de toros, terneros engordados y ovejas. Además, ha invitado a todos los hijos del rey, a los comandantes del ejército y al sacerdote Abiatar, y allí están todos ellos comiendo y bebiendo, y gritando en su presencia: “¡Viva el rey Adonías!” Sin embargo, no me invitó a mí, que estoy a tu servicio, ni al sacerdote Sadoc, ni a Benaías hijo de Joyadá, ni a Salomón, que es tu fiel siervo. ¿Será posible que mi señor y rey haya hecho esto sin dignarse comunicarles a sus siervos quién le sucederá en el trono? Al oír esto, el rey David ordenó: ―¡Llamad a Betsabé! Ella entró y se quedó de pie ante el rey. Entonces el rey le hizo este juramento: ―Tan cierto como que vive el SEÑOR, que me ha librado de toda angustia, te aseguro que hoy cumpliré lo que te juré por el SEÑOR, el Dios de Israel. Yo te prometí que tu hijo Salomón me sucederá en el trono y reinará en mi lugar. Betsabé se inclinó ante el rey y, postrándose rostro en tierra, exclamó: ―¡Que viva para siempre mi señor el rey David! David ordenó: ―Llamad al sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a Benaías hijo de Joyadá. Cuando los tres se presentaron ante el rey, este les dijo: ―Tomad con vosotros a los funcionarios de la corte, montad a mi hijo Salomón en mi propia mula, y llevadlo a Guijón para que el sacerdote Sadoc y el profeta Natán lo unjan como rey de Israel. Tocad luego la trompeta, y gritad: “¡Viva el rey Salomón!” Después de eso, regresad con él para que ocupe el trono en mi lugar y me suceda como rey, pues he dispuesto que sea él quien gobierne a Israel y a Judá. ―¡Que así sea! —le respondió Benaías hijo de Joyadá—. ¡Que así lo confirme el SEÑOR, Dios de mi señor, el rey! Que así como el SEÑOR estuvo con mi señor, el rey, esté también con Salomón; ¡y que engrandezca su trono aún más que el trono de mi señor el rey David! El sacerdote Sadoc, el profeta Natán y Benaías hijo de Joyadá, y los quereteos y los peleteos, montaron a Salomón en la mula del rey David y lo escoltaron mientras bajaban hasta Guijón. Allí el sacerdote Sadoc tomó el cuerno de aceite que estaba en el santuario, y ungió a Salomón. Tocaron entonces la trompeta, y todo el pueblo gritó: «¡Viva el rey Salomón!» Luego, todos subieron detrás de él, tocando flautas y lanzando gritos de alegría. Era tal el estruendo que la tierra temblaba. Adonías y todos sus invitados estaban a punto de terminar de comer cuando sintieron el estruendo. Al oír el sonido de la trompeta, Joab preguntó: ―¿Por qué habrá tanta bulla en la ciudad? Aún estaba hablando cuando llegó Jonatán, hijo del sacerdote Abiatar. ―¡Entra! —le dijo Adonías—. Un hombre respetable como tú debe traer buenas noticias. ―¡No es así! —exclamó Jonatán—. Nuestro señor el rey David ha nombrado rey a Salomón. También ha ordenado que el sacerdote Sadoc, el profeta Natán y Benaías hijo de Joyadá, con los quereteos y los peleteos, monten a Salomón en la mula del rey. Sadoc y Natán lo han ungido como rey en Guijón. Desde allí han subido lanzando gritos de alegría, y la ciudad está alborotada. A eso se debe tanta bulla. Además, Salomón se ha sentado en el trono real, y los funcionarios de la corte han ido a felicitar a nuestro señor, el rey David. Hasta le desearon que su Dios hiciera el nombre de Salomón más famoso todavía que el de David, y que engrandeciera el trono de Salomón más que el suyo. Ante eso, el rey se inclinó en su cama y dijo: “¡Alabado sea el SEÑOR, Dios de Israel, que hoy me ha concedido ver a mi sucesor sentarse en mi trono!” Al oír eso, todos los invitados de Adonías se levantaron llenos de miedo y se dispersaron. Adonías, por temor a Salomón, se refugió en el santuario, en donde se agarró de los cuernos del altar. No faltó quien fuera a decirle a Salomón: ―Adonías tiene miedo del rey Salomón y está agarrado de los cuernos del altar. Ha dicho: “¡Quiero que hoy mismo jure el rey Salomón que no condenará a muerte a este su siervo!” Salomón respondió: ―Si demuestra que es un hombre de honor, no perderá ni un cabello de su cabeza; pero, si se le sorprende en alguna maldad, será condenado a muerte. Acto seguido, el rey Salomón mandó que lo trajeran. Cuando Adonías llegó, se inclinó ante el rey Salomón, y este le ordenó que se fuera a su casa.

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1 REYES 1:1-53 Reina Valera 2020 (RV2020)

Cuando el rey David era ya un anciano entrado en años, lo cubrían de ropas, pero no entraba en calor. Le dijeron, por tanto, sus siervos: —Busquen para mi señor, el rey, una joven virgen que lo atienda y lo abrigue, que duerma a su lado y así mi señor, el rey, entrará en calor. Buscaron, pues, una joven hermosa por toda la tierra de Israel; encontraron a Abisag, la sunamita, y la llevaron al rey. La joven era hermosa; ella abrigaba al rey y lo servía, pero el rey nunca llegó a tener relaciones íntimas con ella. Entonces Adonías hijo de Haguit se rebeló, y dijo: —Yo reinaré. Adquirió carros, gente de a caballo y cincuenta hombres que corrieran delante de él. En todos sus días su padre nunca lo había reprendido ni le había dicho: «¿Por qué haces esto?». Además, era de muy hermoso parecer, y había nacido después de Absalón. Adonías se había puesto de acuerdo con Joab hijo de Sarvia y con el sacerdote Abiatar, quienes lo ayudaban. Pero el sacerdote Sadoc, Benaía hijo de Joiada, el profeta Natán, Simei, Rei y todos los grandes de David no seguían a Adonías. Mató Adonías un día ovejas, vacas y animales cebados junto a la peña de Zohelet, que está cerca de la fuente de Rogel, y convidó a todos sus hermanos, los hijos del rey, y a todos los hombres de Judá, siervos del rey. Pero no convidó al profeta Natán ni a Benaía ni a los grandes, ni a su hermano Salomón. Entonces Natán dijo a Betsabé, madre de Salomón: —¿No has oído que Adonías hijo de Haguit se ha proclamado rey sin saberlo David, nuestro señor? Ven pues, ahora, y oye mi consejo, para que conserves tu vida y la de tu hijo Salomón. Ve, preséntate ante el rey David y dile: «Rey y señor mío, ¿no juraste a tu sierva: “Salomón, tu hijo, reinará después de mí, y él se sentará en mi trono?”. ¿Por qué, pues, reina Adonías?». Mientras estés allí hablando con el rey, yo entraré detrás de ti y reafirmaré tus palabras. Entonces Betsabé entró en la habitación del rey. El rey estaba muy viejo y Abisag, la sunamita, lo servía. Betsabé se inclinó e hizo una reverencia al rey. El rey dijo: —¿Qué te pasa? Ella le respondió: —Señor mío, tú juraste a tu sierva por el Señor, tu Dios: «Salomón, tu hijo, reinará después de mí y se sentará en mi trono». Pero ahora reina Adonías, sin que tú, mi señor y rey, todavía lo sepas. Ha matado bueyes, animales cebados y muchas ovejas, y ha convidado a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y a Joab, general del ejército; pero no ha convidado a Salomón, tu siervo. Entre tanto, rey y señor mío, los ojos de todo Israel están puestos en ti, para que les anuncies quién se ha de sentar en el trono después de mi señor, el rey. De otra manera sucederá que cuando mi señor, el rey, duerma con sus padres, yo y mi hijo Salomón seremos considerados culpables. Mientras ella aún hablaba con el rey, llegó el profeta Natán. Le avisaron al rey: —Aquí está el profeta Natán. Cuando él entró donde estaba el rey, se postró ante el monarca rostro en tierra, y dijo: —Rey y señor mío, ¿has dicho tú: «Adonías reinará después de mí y se sentará en mi trono»? Porque hoy ha descendido a sacrificar bueyes, animales cebados y muchas ovejas, y ha convidado a todos los hijos del rey, a los capitanes del ejército, y también al sacerdote Abiatar: están comiendo y bebiendo delante de él, y gritan: «¡Viva el rey Adonías!». Pero ni a mí, tu siervo, ni al sacerdote Sadoc ni a Benaía hijo de Joiada ni a Salomón, tu siervo, ha convidado. ¿Es que esto ha sido ordenado por mi señor el rey, sin haber dado a conocer a tus siervos quién se había de sentar en el trono de mi señor el rey, después de él? El rey David respondió: —Llamadme a Betsabé. Entró ella a la presencia del rey y se quedó en pie delante de él. Entonces el rey hizo este juramento: —¡Vive el Señor, que ha redimido mi alma de toda angustia!, que como yo te he jurado por el Señor, Dios de Israel: «Tu hijo Salomón reinará después de mí y se sentará sobre mi trono en lugar mío», así lo haré hoy. Betsabé se inclinó ante el rey, con su rostro en tierra, y tras hacer una reverencia al rey, dijo: —¡Viva mi señor, el rey David, para siempre! Y el rey David dijo: —Llamadme al sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a Benaía hijo de Joiada. Ellos entraron a la presencia del rey, y él les dijo: —Tomad con vosotros los siervos de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón en mi mula y llevadlo a Gihón. Allí lo ungirán el sacerdote Sadoc y el profeta Natán como rey sobre Israel; vosotros tocaréis la trompeta y gritaréis: «¡Viva el rey Salomón!». Después iréis detrás de él, y vendrá a sentarse sobre mi trono y reinará en mi lugar, porque lo he escogido para que sea príncipe de Israel y de Judá. Entonces Benaía hijo de Joiada respondió al rey: —Amén. Así lo diga el Señor, Dios de mi señor el rey. De la manera que el Señor ha estado con mi señor el rey, así esté con Salomón, y haga mayor su trono que el trono de mi señor el rey David. Descendieron el sacerdote Sadoc, el profeta Natán, Benaía hijo de Joiada, los cereteos y los peleteos, montaron a Salomón en la mula del rey David y lo llevaron a Gihón. Tomó el sacerdote Sadoc el cuerno del aceite del tabernáculo y ungió a Salomón; tocaron la trompeta y gritó todo el pueblo: —¡Viva el rey Salomón! Después subió todo el pueblo detrás de él; cantaba la gente con flautas y manifestaba tan gran alegría, que parecía que la tierra se hundía bajo sus gritos. Adonías y todos sus convidados estaban terminando de comer, cuando oyeron el estruendo. También oyó Joab el sonido de la trompeta, y dijo: —¿Por qué se alborota la ciudad con tanto estruendo? Mientras él aún hablaba, llegó Jonatán, hijo del sacerdote Abiatar. Adonías le dijo: —Entra, porque tú eres hombre valiente y traerás buenas noticias. Jonatán respondió a Adonías: —Ciertamente, nuestro señor el rey David ha hecho rey a Salomón; el rey ha enviado con él al sacerdote Sadoc y al profeta Natán, a Benaía hijo de Joiada, y también a los cereteos y a los peleteos, los cuales lo montaron en la mula del rey. El sacerdote Sadoc y el profeta Natán lo han ungido rey en Gihón; de allí han subido alegremente, y la ciudad está alborotada. Este es el estruendo que habéis oído. Más aún, Salomón se ha sentado en el trono del reino, y aun los siervos del rey han venido a bendecir a nuestro señor el rey David y le han dicho: «Dios haga bueno el nombre de Salomón más que tu nombre, y haga mayor su trono que el tuyo». Y el rey ha adorado en la cama, y ha dicho además así: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que ha dado hoy quien se siente en mi trono, y lo vean mis ojos». Entonces se estremecieron todos los convidados que estaban con Adonías, se levantaron y cada uno se fue por su camino. Pero Adonías, temiendo a Salomón, se levantó y fue a refugiarse al amparo del altar. Luego avisaron a Salomón: —Adonías tiene miedo del rey Salomón, pues se ha asido de los cuernos del altar y ha dicho: «Júreme hoy el rey Salomón que no matará a espada a su siervo». Y Salomón dijo: —Si él es hombre de bien, ni uno de sus cabellos caerá en tierra; pero si se halla mal en él, morirá. El rey Salomón mandó que lo trajeron del altar; vino él y se inclinó ante el rey Salomón. Salomón le dijo: —Vete a tu casa.

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1 REYES 1:1-53 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

El rey David era ya anciano, de edad muy avanzada. Aunque le cubrían y arropaban bien, no lograba entrar en calor. Por esto, sus servidores le dijeron: “Debe buscarse para Su Majestad una muchacha soltera que le sirva y le cuide, y que duerma con Su Majestad para que le dé calor.” Buscaron una muchacha hermosa por todo el territorio de Israel, y hallaron una que se llamaba Abisag, del pueblo de Sunem, y la llevaron al rey. Abisag, que era muy hermosa, cuidaba al rey y le servía, pero el rey nunca tuvo relaciones sexuales con ella. Entre tanto, Adonías, hijo de David y de Haguit, se levantó en armas y dijo que él sería rey. Se hizo de carros de combate, y de caballería, y de una guardia personal de cincuenta hombres. Su padre no le había contrariado en toda su vida, ni le había preguntado por qué hacía lo que hacía. Adonías, que había nacido después de Absalón, era muy bien parecido. Había hecho un trato con Joab, el hijo de Seruiá, y con el sacerdote Abiatar, los cuales le apoyaban. Pero ni el sacerdote Sadoc, ni Benaías, hijo de Joiadá, ni el profeta Natán, ni Simí, hombre de confianza del rey, ni los mejores soldados de David estaban a favor de Adonías. Por aquel tiempo, Adonías preparó un banquete junto a la peña de Zohélet, que está cerca del manantial de Roguel. Mató ovejas y toros y los becerros más gordos, e invitó a todos sus hermanos, hijos del rey, y a todos los hombres de Judá que estaban al servicio del rey; pero no invitó al profeta Natán, ni a Benaías, ni a los soldados de David, ni a su hermano Salomón. Entonces habló Natán con Betsabé, la madre de Salomón, y le dijo: –¿No te has enterado de que Adonías, el hijo de Haguit, se ha proclamado rey sin que lo sepa David, nuestro señor? Pues ven, que voy a darte un consejo para que puedas salvar tu vida y la de tu hijo Salomón. Ve, preséntate al rey David y dile: ‘Su Majestad me había jurado que mi hijo Salomón reinaría después de Su Majestad, y que subiría al trono. ¿Por qué, entonces, está reinando Adonías?’ Y mientras tú hablas con el rey, yo entraré y confirmaré tus palabras. Betsabé fue entonces a ver al rey a su habitación. El rey era ya muy anciano, y Abisag la sunamita le atendía. Betsabé se inclinó ante el rey hasta tocar el suelo con la frente, y el rey le preguntó: –¿Qué te pasa? Ella le respondió: –Su Majestad me juró por el Señor su Dios, que mi hijo Salomón reinaría después de Su Majestad, y que subiría al trono. Pero sucede que Adonías se ha proclamado rey, y Su Majestad no lo sabe. Ha matado toros y becerros y muchas ovejas, y ha invitado a los hijos de Su Majestad; también ha invitado al sacerdote Abiatar y a Joab, general del ejército, pero no ha invitado a Salomón, servidor de Su Majestad. Ahora bien, señor, todo Israel está pendiente de que Su Majestad diga quién habrá de reinar después de Su Majestad. De lo contrario, cuando Su Majestad muera, mi hijo Salomón y yo seremos condenados a muerte. Mientras ella hablaba con el rey, llegó el profeta Natán, y se lo hicieron saber al rey. Cuando el profeta se presentó ante el rey, se inclinó ante él hasta tocar el suelo con la frente, y le preguntó: –¿Ha ordenado Su Majestad que Adonías reine después de Su Majestad? Porque resulta que hoy ha bajado, ha matado toros y becerros y muchas ovejas, y ha convidado a los hijos de Su Majestad, a los jefes del ejército y al sacerdote Abiatar. Y ahí están comiendo y bebiendo con él, y gritando: ‘¡Viva el rey Adonías!’ Sin embargo, no me han invitado a mí, ni al sacerdote Sadoc, ni a Benaías, hijo de Joiadá, ni a Salomón, hijo de Su Majestad. ¿Acaso ha ordenado esto Su Majestad, sin haber informado a este siervo suyo acerca de quién ocuparía el trono después de Su Majestad? El rey David ordenó entonces que llamaran a Betsabé. Al llegar Betsabé ante el rey, se quedó de pie delante de él. El rey hizo entonces el siguiente juramento: –Juro por el Señor, que me ha librado de toda angustia, que lo que te juré por el Señor, el Dios de Israel, te lo cumpliré hoy mismo: tu hijo Salomón subirá al trono en mi lugar y reinará después de mí. Betsabé se inclinó ante el rey hasta tocar el suelo con la frente, y exclamó: –¡Viva para siempre mi señor, el rey David! Luego el rey David ordenó que llamaran al sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a Benaías, hijo de Joiadá. Cuando se presentaron ante el rey, él les dijo: –Haceos acompañar de los funcionarios del reino, montad a mi hijo Salomón en mi mula y llevadle a Guihón; y en cuanto el sacerdote Sadoc y el profeta Natán le consagren como rey de Israel, tocad el cuerno de carnero y gritad: ‘¡Viva el rey Salomón!’ Luego servidle de escolta, para que venga y se siente en mi trono y reine en mi lugar, pues he dispuesto que él sea el jefe de Israel y de Judá. Benaías, el hijo de Joiadá, respondió al rey: –¡Amén, y que así lo ordene el Señor, el Dios de Su Majestad! Y del mismo modo que el Señor ha estado con Su Majestad, así esté con Salomón, y haga que su reino sea mayor aún que el de Su Majestad, mi señor David. Luego el sacerdote Sadoc, el profeta Natán, Benaías, hijo de Joiada, y los quereteos y los peleteos, fueron y montaron a Salomón en la mula del rey David, y le llevaron a Guihón. Allí el sacerdote Sadoc tomó del santuario el cuerno del aceite y consagró rey a Salomón. A continuación tocaron el cuerno de carnero, y todo el pueblo gritó: “¡Viva el rey Salomón!” Luego todos le siguieron tocando flautas. Era tal su alegría, que parecía que la tierra se abría en dos a causa de sus voces. Adonías y todos sus invitados acababan de comer cuando oyeron el ruido. Al oir Joab el sonido del cuerno, comentó: –¿Por qué habrá tanto alboroto en la ciudad? Mientras él hablaba, llegó Jonatán, el hijo del sacerdote Abiatar. Adonías le dijo: –Entra, pues tú eres un hombre importante y debes traer buenas noticias. Jonatán respondió a Adonías: –Al contrario. David, nuestro señor y rey, ha hecho rey a Salomón y ha ordenado al sacerdote Sadoc, al profeta Natán, a Benaías, hijo de Joiadá, y a los quereteos y peleteos, que acompañen a Salomón; y ellos le han montado en la mula del rey. Así pues, en Guihón, el sacerdote Sadoc y el profeta Natán le han consagrado rey, y han regresado de allí muy contentos. Por eso está alborotada la ciudad, y ese es el ruido que habéis oído. Además, Salomón ya ha tomado posesión del trono, y los funcionarios del rey David han ido a felicitarle, deseando que Dios haga prosperar a Salomón, y que extienda sus dominios aún más que los de su padre. Incluso el propio rey David se inclinó en su cama para adorar a Dios, y dijo: ‘Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, que ha permitido hoy que un descendiente mío suba al trono, y que yo lo vea.’ Los invitados de Adonías se echaron a temblar; luego se levantaron todos, y cada uno se fue por su lado. Adonías, por su parte, por miedo a Salomón, se levantó y se dirigió al santuario, donde buscó refugio agarrándose a los cuernos del altar. Alguien fue a decirle a Salomón: –Adonías se ha refugiado en el altar por miedo a Su Majestad, y pide que Su Majestad le jure ahora mismo que no lo matará. Salomón respondió: –Si se porta como un hombre de bien, no caerá al suelo ni un pelo de su cabeza; pero si se descubre alguna maldad en él, morirá. En seguida Salomón mandó que lo retiraran del altar. Luego Adonías fue y se inclinó ante el rey Salomón, y este le ordenó que se fuera a su casa.

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