HECHOS 23:1-22
HECHOS 23:1-22 La Palabra (versión española) (BLP)
Con la mirada fija en los miembros del Consejo, dijo Pablo: —Hermanos: hasta el presente me he comportado siempre ante Dios con conciencia enteramente limpia. A esto, Ananías, el sumo sacerdote, ordenó a los asistentes que golpearan a Pablo en la boca. Pero este le dijo: —¡Dios es quien te golpeará a ti, grandísimo hipócrita! Estás sentado ahí para juzgarme conforme a la ley, ¿y conculcas la ley mandando que me golpeen? —¿Te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios? —preguntaron los asistentes. —Hermanos —respondió Pablo—, ignoraba que fuera el sumo sacerdote; efectivamente, la Escritura ordena: No maldecirás al jefe de tu pueblo. Como Pablo sabía que entre los presentes unos eran fariseos y otros saduceos, proclamó en medio del Consejo: —Hermanos, soy fariseo, nacido y educado como fariseo. Y ahora se me juzga porque espero la resurrección de los muertos. Esta afirmación provocó un conflicto entre fariseos y saduceos, y se dividió la asamblea. (Téngase en cuenta que los saduceos niegan que haya resurrección, ángeles y espíritus, mientras que los fariseos creen en todo eso). La controversia tomó grandes proporciones, hasta que algunos maestros de la ley, miembros del partido fariseo, afirmaron rotundamente: —No hallamos culpa en este hombre. Puede que un espíritu o un ángel le haya hablado. Como el conflicto se agravaba, el comandante empezó a temer que descuartizaran a Pablo; ordenó, pues, a los soldados que bajaran a sacarlo de allí y que lo llevaran a la fortaleza. Durante la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo: —Ten buen ánimo; has sido mi testigo en Jerusalén y habrás de serlo también en Roma. Al amanecer, los judíos tramaron un complot, jurando no probar bocado ni beber nada hasta haber dado muerte a Pablo. Eran más de cuarenta las personas que participaban en esta conjuración. Se presentaron después ante los jefes de los sacerdotes y demás dirigentes y les comunicaron: —Hemos jurado solemnemente no probar absolutamente nada hasta que matemos a Pablo. Resta ahora que vosotros, con la anuencia del Consejo, solicitéis del comandante que os entregue a Pablo con el pretexto de examinar su causa más detenidamente. Nosotros nos encargaremos de eliminarlo en cuanto llegue. Pero el hijo de la hermana de Pablo se enteró del complot y logró entrar en la fortaleza para poner a Pablo sobre aviso. Pablo llamó enseguida a un oficial y le dijo: —Lleva a este muchacho ante el comandante, pues tiene algo que comunicarle. El oficial tomó al muchacho y lo presentó al comandante con estas palabras: —Pablo, el preso, me ha llamado para pedirme que te traiga a este muchacho. Tiene algo que decirte. El comandante lo tomó de la mano, lo llevó aparte y le preguntó: —¿Qué quieres decirme? El muchacho se explicó así: —Los judíos han acordado pedirte que mañana lleves a Pablo ante el Consejo Supremo con la excusa de obtener datos más precisos sobre él. Pero no les creas, pues más de cuarenta de ellos van a tenderle una emboscada y han jurado solemnemente no comer ni beber hasta matarlo. Ya están preparados y solo esperan tu respuesta. El comandante despidió al muchacho, advirtiéndole: —No digas a nadie que me has informado sobre este asunto.
HECHOS 23:1-22 Reina Valera 2020 (RV2020)
Entonces Pablo con la mirada fija en los miembros del Concilio, dijo: —Hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy. El sumo sacerdote Ananías ordenó a quienes estaban junto a él que le golpearan en la boca. Entonces Pablo le dijo: —¡Dios te golpeará a ti, hipócrita! Estás sentado ahí para juzgarme conforme a la ley, ¿y violas la ley mandando que me golpeen? Los que estaban presentes preguntaron: —¿Cómo te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios? Pablo respondió: —No sabía, hermanos, que fuera el sumo sacerdote, pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo. Pablo, dándose cuenta de que unos eran saduceos y otros fariseos, alzó la voz en el Concilio para decir: —Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo y se me juzga por la esperanza de la resurrección de los muertos. Al decir esto se suscitó una discusión entre los fariseos y los saduceos y la asamblea se dividió. (Los saduceos dicen que no hay resurrección ni ángel ni espíritu, mas los fariseos confiesan ambas cosas). Entonces se produjo un gran vocerío y los escribas pertenecientes a los fariseos se levantaron y protestaron diciendo: —Ningún mal hallamos en este hombre. ¡Quién sabe si le ha hablado un ángel o un espíritu! No resistamos a Dios. Como la discusión se agravaba, el comandante temió que Pablo fuera despedazado por ellos y mandó venir a un grupo de soldados para que le sacasen de allí y le llevaran a la fortaleza. A la noche siguiente se le presentó el Señor a Pablo y le dijo: —Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén es necesario que testifiques también en Roma. Cuando fue de día, algunos de los judíos tramaron una conspiración y juraron bajo pena de maldición no probar bocado ni beber nada hasta haber dado muerte a Pablo. Eran más de cuarenta las personas que participaron en esta conjuración. Luego fueron a los principales sacerdotes y a los ancianos y les dijeron: —Nosotros hemos jurado, bajo maldición, que no comeremos nada hasta que hayamos dado muerte a Pablo. Ahora falta que vosotros, con la aprobación del Concilio, solicitéis del comandante que os lo entregue con el pretexto de que queréis indagar más exactamente alguna cosa acerca de él. Nosotros nos encargaremos de acabar con él en cuanto llegue. Pero el hijo de la hermana de Pablo, se enteró de lo que estaban tramando y fue a la fortaleza para contárselo a Pablo. Entonces Pablo llamó a uno de los centuriones y le dijo: —Lleva a este joven ante el comandante, porque tiene algo que comunicarle. Él entonces le tomó, le llevó ante el comandante y dijo: —El preso Pablo me ha llamado y me ha pedido que traiga ante ti a este joven. Tiene algo que decirte. El comandante lo tomó de la mano, lo llevó aparte y le preguntó: —¿De qué me tienes que informar? Él respondió: —Los judíos han acordado pedirte que mañana lleves a Pablo ante el Concilio, con el pretexto de obtener datos más precisos sobre él. Pero tú no los creas, porque más de cuarenta de sus hombres van a tenderle una trampa, y han jurado bajo pena de maldición no comer ni beber hasta matarlo. Están dispuestos a hacerlo, y solo esperan tu respuesta. Entonces el comandante despidió al joven y le ordenó que no dijese a nadie que le había informado sobre este asunto.
HECHOS 23:1-22 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Pablo miró a los de la Junta Suprema y les dijo: –Hermanos, yo he vivido hasta hoy con la conciencia tranquila delante de Dios. Entonces el sumo sacerdote Ananías mandó a los que estaban cerca de Pablo que le pegaran en la boca. Pablo le dijo: –¡Dios te pegará a ti, hipócrita! Si estás ahí sentado para juzgarme de acuerdo con la ley, ¿por qué, en contra de la ley, mandas que me peguen? Los presentes le dijeron: –¿Así insultas al sumo sacerdote de Dios? –Hermanos –contestó Pablo–, yo no sabía que fuera el sumo sacerdote, pues, en efecto, la Escritura dice: ‘No maldigas al que gobierna a tu pueblo.’ Luego, dándose cuenta de que algunos de la Junta eran del partido saduceo y otros del partido fariseo, añadió Pablo en voz alta: –¡Hermanos, yo soy fariseo, de familia de fariseos, y se me está juzgando porque creo en la resurrección de los muertos! Apenas dijo esto, los fariseos y los saduceos comenzaron a discutir entre sí, y la reunión se dividió. Porque los saduceos dicen que los muertos no resucitan y que no hay ángeles ni espíritus. Los fariseos, en cambio, creen en todas estas cosas. Todos gritaban, y algunos maestros de la ley que eran del partido fariseo se levantaron y dijeron: –Este hombre no ha hecho nada malo. Tal vez le ha hablado un espíritu o un ángel. Como el alboroto era cada vez mayor, el comandante tuvo miedo de que hicieran pedazos a Pablo, por lo cual mandó llamar a unos soldados para sacarlo de allí y llevarle otra vez al cuartel. A la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo: “Ánimo, Pablo, porque así como has dado testimonio de mí aquí en Jerusalén, así tendrás que darlo también en Roma.” Al día siguiente, algunos judíos se pusieron de acuerdo en contra de Pablo y juraron bajo maldición no comer ni beber hasta que le hubiesen matado. Eran más de cuarenta hombres los que así se habían conjurado. Se dirigieron, pues, a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos de los judíos y les dijeron: –Nosotros hemos jurado bajo maldición no comer nada hasta que no matemos a Pablo. Ahora, vosotros y los demás miembros de la Junta Suprema pedidle al comandante que lo traiga mañana ante vosotros, con el pretexto de investigar su caso más a fondo. Nosotros estaremos preparados para matarle antes de que llegue. Pero el hijo de la hermana de Pablo se enteró del asunto y fue a avisarle al cuartel. Pablo llamó a uno de los centuriones y le dijo: –Lleva a este muchacho al comandante, porque tiene algo que comunicarle. El centurión le llevó al comandante, a quien dijo: –El preso Pablo me ha llamado y me ha pedido que te traiga a este muchacho, que tiene algo que comunicarte. El comandante tomó de la mano al muchacho, y llevándolo aparte le preguntó: –¿Qué quieres decirme? Contestó el muchacho: –Los judíos se han puesto de acuerdo para pedirte que mañana lleves a Pablo ante la Junta Suprema, con el pretexto de que quieren investigar su caso más a fondo. Pero no los creas, porque le esperan escondidos más de cuarenta de sus hombres, que han jurado bajo maldición no comer ni beber hasta matar a Pablo. Ahora ya están preparados, esperando solamente que les des una respuesta. Entonces el comandante despidió al muchacho, ordenándole que no dijera a nadie lo que le había contado.
HECHOS 23:1-22 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Pablo se quedó mirando fijamente al Consejo y dijo: ―Hermanos, hasta hoy yo he actuado delante de Dios con toda buena conciencia. Ante esto, el sumo sacerdote Ananías ordenó a los que estaban cerca de Pablo que lo golpearan en la boca. ―¡Hipócrita, a ti también te va a golpear Dios! —reaccionó Pablo—. ¡Ahí estás sentado para juzgarme según la ley!, ¿y tú mismo violas la ley al mandar que me golpeen? Los que estaban junto a Pablo le interpelaron: ―¿Cómo te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios? ―Hermanos, no me había dado cuenta de que es el sumo sacerdote —respondió Pablo—; de hecho, está escrito: “No hables mal del jefe de tu pueblo”. Pablo, sabiendo que unos de ellos eran saduceos y los demás fariseos, exclamó en el Consejo: ―Hermanos, yo soy fariseo de pura cepa. Se me está juzgando porque he puesto mi esperanza en la resurrección de los muertos. Apenas dijo esto, surgió un altercado entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles ni espíritus; los fariseos, en cambio, reconocen todo esto). Se produjo un gran alboroto, y algunos de los maestros de la ley que eran fariseos se pusieron de pie y protestaron. «No encontramos ningún delito en este hombre —dijeron—. ¿Acaso no podría haberle hablado un espíritu o un ángel?» Se tornó tan violento el altercado que el comandante tuvo miedo de que hicieran pedazos a Pablo. Así que ordenó a los soldados que bajaran para sacarlo de allí por la fuerza y llevárselo al cuartel. A la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo: «¡Ánimo! Así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, es necesario que lo des también en Roma». Muy de mañana, los judíos tramaron una conspiración y juraron bajo maldición no comer ni beber hasta que lograran matar a Pablo. Más de cuarenta hombres estaban implicados en esta conspiración. Se presentaron ante los jefes de los sacerdotes y los ancianos, y les dijeron: ―Nosotros hemos jurado bajo maldición no comer nada hasta que logremos matar a Pablo. Ahora, con el respaldo del Consejo, pedidle al comandante que haga comparecer al reo ante vosotros, con el pretexto de obtener información más precisa sobre su caso. Nosotros estaremos listos para matarlo en el camino. Pero, cuando el hijo de la hermana de Pablo se enteró de esta emboscada, entró en el cuartel y avisó a Pablo. Este llamó entonces a uno de los centuriones y le pidió: ―Lleva a este joven al comandante, porque tiene algo que decirle. Así que el centurión lo llevó al comandante, y le dijo: ―El preso Pablo me llamó y me pidió que te trajera este joven, porque tiene algo que decirte. El comandante tomó de la mano al joven, lo llevó aparte y le preguntó: ―¿Qué quieres decirme? ―Los judíos se han puesto de acuerdo para pedirte que mañana lleves a Pablo ante el Consejo con el pretexto de obtener información más precisa acerca de él. No te dejes convencer, porque más de cuarenta de ellos lo esperan emboscados. Han jurado bajo maldición no comer ni beber hasta que hayan logrado matarlo. Ya están listos; solo aguardan a que tú les concedas su petición. El comandante despidió al joven con esta advertencia: ―No le digas a nadie que me has informado de esto.