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MATEO 8:13-34

MATEO 8:13-34 La Palabra (versión española) (BLP)

Luego dijo Jesús al oficial: —Vete a tu casa y que se haga como creíste. En aquel mismo momento, el asistente quedó curado. Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama, con fiebre. Jesús le tocó la mano y le desapareció la fiebre. Y ella se levantó y se puso a atenderlo. Al anochecer, presentaron a Jesús muchas personas que estaban poseídas por demonios. Él, con solo una palabra, expulsó a los espíritus malignos y curó a todos los enfermos. De este modo se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: Tomó sobre sí nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades. Viendo Jesús que lo rodeaba una gran multitud, mandó que lo llevaran a la otra orilla del lago. Allí se le acercó un maestro de la ley, que le dijo: —Maestro, estoy dispuesto a seguirte adondequiera que vayas. Jesús le contestó: —Las zorras tienen guaridas y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza. Otro que ya era discípulo suyo le dijo: —Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: —Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos. Subió Jesús a una barca acompañado de sus discípulos, cuando de pronto se levantó en el lago una tempestad tan violenta que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había quedado dormido. Los discípulos se acercaron a él y lo despertaron, diciendo: —¡Señor, sálvanos! ¡Estamos a punto de perecer! Jesús les dijo: —¿A qué viene ese miedo? ¿Por qué es tan débil vuestra fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago y todo quedó en calma. Y los discípulos se preguntaban asombrados: —¿Quién es este, que hasta los vientos y el lago le obedecen? Cuando Jesús llegó a la otra orilla del lago, a la región de Gadara, salieron a su encuentro dos hombres procedentes del cementerio. Ambos estaban poseídos por demonios, y eran tan temidos por su violencia que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. Se pusieron a gritar: —¡Déjanos en paz, Hijo de Dios! ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo? A cierta distancia de allí estaba paciendo una gran piara de cerdos. Y los demonios le suplicaron a Jesús: —Si nos echas afuera, envíanos a esa piara de cerdos. Jesús les dijo: —Id allá. Los demonios salieron y se metieron en los cerdos y, de pronto, la piara se lanzó pendiente abajo hasta el lago, donde los cerdos se ahogaron. Los porquerizos salieron huyendo y, al llegar al pueblo, contaron todo lo que había pasado con aquellos hombres poseídos por los demonios. Entonces la gente del pueblo fue al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogó que se marchara de su comarca.

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MATEO 8:13-34 Reina Valera 2020 (RV2020)

Entonces Jesús dijo al centurión: —Ve, y que te sea hecho tal como creíste. Y en aquel mismo momento su criado quedó sano. Fue Jesús a casa de Pedro y vio a la suegra de este postrada en cama, con fiebre. Entonces tocó su mano y la fiebre la dejó; ella se levantó y los servía. Al llegar la noche, le llevaron muchos endemoniados, y con la palabra echó fuera a los demonios y sanó a todos los enfermos, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias . Viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, mandó pasar al otro lado del lago. Entonces se le acercó un escriba y le dijo: —Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le respondió: —Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza. Otro de sus discípulos le dijo: —Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Jesús contestó: —Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos. Entró Jesús en la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca, pero él dormía. Se acercaron sus discípulos y lo despertaron, diciendo: —¡Señor, sálvanos, que perecemos! Él les dijo: —¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces se levantó, reprendió a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. Los hombres, maravillados, decían: —¿Quién es este, que aun los vientos y el mar le obedecen? Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos hombres endemoniados que salían de entre los sepulcros. Eran tan feroces que nadie podía pasar por aquel camino. Y clamaron: —¡Déjanos en paz, Hijo de Dios! ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo? Pacía lejos de ellos un hato de muchos cerdos. Y los demonios le rogaron: —Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos. Él les dijo: —Id. Ellos salieron y se fueron a aquel hato de cerdos. Entonces todo el hato se lanzó al mar por un despeñadero y perecieron en las aguas. Los que lo apacentaban huyeron y al llegar a la ciudad contaron todas las cosas y lo que había pasado con los endemoniados. Entonces toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, cuando lo vieron, le rogaron que se fuera de esa región.

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MATEO 8:13-34 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Luego Jesús dijo al centurión: –Vete a tu casa y que se haga tal como has creído. En aquel mismo momento, el criado quedó sanado. Jesús fue a casa de Pedro, donde encontró a la suegra de este en cama, con fiebre. Le tocó Jesús la mano y la fiebre desapareció. Luego se levantó y se puso a atenderlos. Al anochecer llevaron a Jesús muchas personas endemoniadas. Con una sola palabra expulsó a los espíritus malos, y también curó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el profeta Isaías: “Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades.” Jesús, viéndose rodeado por la multitud, ordenó pasar a la otra orilla del lago. Se le acercó entonces un maestro de la ley, que le dijo: –Maestro, deseo seguirte adondequiera que vayas. Jesús le contestó: –Las zorras tienen cuevas, y las aves, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. Otro, que era uno de sus discípulos, le dijo: –Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: –Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Jesús subió a la barca, y sus discípulos le acompañaron. De pronto se desató sobre el lago una tempestad tan fuerte que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había dormido. Sus discípulos fueron a despertarle, diciendo: –¡Señor, sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo! Él les contestó: –¿Por qué tanto miedo? ¡Qué poca es vuestra fe! Dicho esto se levantó, dio una orden al viento y al mar, y todo quedó completamente en calma. Ellos, asombrados, se preguntaban: –¿Quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen? Cuando llegó Jesús a la otra orilla del lago, a la tierra de Gadara, salieron dos endemoniados de entre las tumbas y se acercaron a él. Eran tan feroces que nadie podía pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: –¡No te metas con nosotros, Jesús, Hijo de Dios! ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? A cierta distancia estaba comiendo una gran piara de cerdos, y los demonios rogaron a Jesús: –Si nos expulsas, déjanos entrar en aquellos cerdos. –Id –les dijo Jesús. Los demonios salieron de los hombres y entraron en los cerdos, y al momento todos los cerdos echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y se ahogaron. Los que cuidaban de los cerdos salieron huyendo, y al llegar al pueblo contaron lo sucedido, todo lo que había pasado con los endemoniados. Entonces salieron los del pueblo al encuentro de Jesús, y al verle le rogaron que se fuera de aquellos lugares.

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MATEO 8:13-34 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Luego Jesús le dijo al centurión: ―¡Ve! Todo se hará tal como creíste. Y en esa misma hora aquel siervo quedó sano. Cuando Jesús entró en casa de Pedro, vio a la suegra de este en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre se le fue; y ella se levantó y comenzó a servirle. Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y con una sola palabra expulsó a los espíritus, y sanó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: «Él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores». Cuando Jesús vio a la multitud que lo rodeaba, dio orden de pasar al otro lado del lago. Se le acercó un maestro de la ley y le dijo: ―Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas. ―Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos —le respondió Jesús—, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza. Otro discípulo le pidió: ―Señor, primero déjame ir a enterrar a mi padre. ―Sígueme —le replicó Jesús—, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Luego subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De repente, se levantó en el lago una tormenta tan fuerte que las olas inundaban la barca. Pero Jesús estaba dormido. Los discípulos fueron a despertarlo. ―¡Señor —dijeron—, sálvanos, que nos vamos a ahogar! ―Hombres de poca fe —les contestó—, ¿por qué tenéis tanto miedo? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y a las olas, y todo quedó completamente tranquilo. Los discípulos no salían de su asombro, y decían: «¿Qué clase de hombre es este, que hasta los vientos y las olas le obedecen?» Cuando Jesús llegó al otro lado, a la región de los gadarenos, dos endemoniados le salieron al encuentro de entre los sepulcros. Eran tan violentos que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. De pronto le gritaron: ―¿Por qué te entrometes, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes del tiempo señalado? A cierta distancia de ellos estaba paciendo una gran piara de cerdos. Los demonios le rogaron a Jesús: ―Si nos expulsas, mándanos a la piara de cerdos. ―Id —les dijo. Así que salieron de los hombres y entraron en los cerdos, y toda la piara se precipitó al lago por el despeñadero y murió en el agua. Los que cuidaban los cerdos salieron corriendo al pueblo y dieron aviso de todo, incluso de lo que les había sucedido a los endemoniados. Entonces todos los del pueblo fueron al encuentro de Jesús. Y, cuando lo vieron, le suplicaron que se alejara de esa región.

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