Reconociendo la voz de Dios // Aprende a encontrarlaMuestra

Cómo no tener miedo (en medio del dolor)

Espíritu Santo en nosotros, esto es lo que oímos de ti:

Sé que lo que se dijo fue difícil de escuchar. Sé que te dolió el corazón cuando lo escuchaste. He ablandado ese corazón tuyo. Si duele, cuando llega la palabra dura, eso no es malo. Muestra que tu corazón no se ha endurecido; se nota que me has dejado entrar, y permanecer.

Déjame quedarme.

¿Pero qué hacer con ese dolor? ¿Qué hacer cuando la situación es la misma, una y otra vez? ¿Qué hacer cuando parece que nada está mejorando, cuando estás convencido de que estás atascado y sientes que el cambio nunca llegará? “¿Ahora qué?”, tú dices. “¿Cómo seguir adelante?”, tú ruegas.

Sé que estás frustrado. Quieres que la situación mejore, y es bueno que vengas a mí a pedirme ayuda. Pero escucha ahora, hijo. Cuando llega el dolor, tienes que seguir aferrándote a mí. Recuerda que no tienes que seguir adelante, en territorio desconocido, sin saber hacia dónde volver.

Volver. Vuélvete, hijo mío. Estoy aquí.

Volver. Vuélvete, hijo mío. Estoy aquí.

Te amo, lo sabes. Y es ese amor el que te ayudará a mantener tus ojos en mí. Puede que no haya una solución fácil aquí, ¿te imaginas eso? Puede que no haya un cambio repentino en esta situación. . . Y eso podría estar bien.

¿Estás tú de acuerdo con eso?

Siento que estés herido. Pero yo cuido tu corazón. Déjame cuidar tu corazón. Dame esto. Preocúpate menos por la solución con esa persona y concéntrate primero en dónde estoy en el momento en que sucederá la confrontación. Practica buscándome cuando hablen de nuevo. Hazlo en el momento, no después. Practica el escucharme cuando te preguntes qué decir. Hazlo en el momento en que lo confrontes de nuevo. Yo estoy contigo, el Espíritu Santo está en ti.

Te amo, valiente.

Ejercicio:

¿Cómo seguimos? ¿Cuándo duele? Cuando una discusión se siente más grande que una discusión. . . Cuando alguien nos lastima. . . Cuando hemos dicho cosas que no queríamos. . . O cosas que quisimos decir, pero nos arrepentimos. . . Cuando las palabras han lastimado profundamente. . . Cuando luchamos por perdonar. . . Por perdonarnos a nosotros mismos o a los demás.

¿Cómo sabemos qué hacer a continuación? . . ¿Qué decir?

¿Cómo nos mantenemos en una relación, y encontramos la voluntad y el valor para amar, cuando estamos frustrados? . . Abrumados . . . ¿Te asusta lo que pueda venir?

Estas son buenas preguntas. . . preguntas importantes Pero la pregunta más grande es esta: ¿Cómo evitamos endurecer nuestros corazones? Porque es realmente fácil entrar en modo supervivencia, tomar el control y protegernos, cerrar nuestros corazones del dolor, cerrarlos para Dios.

Pero, ahora, es precisamente cuando más necesitamos de Dios.

Vamos a Dios, ahora mismo. Juntos, confiemos en Su bondad, Su poder, Su capacidad, Su voluntad de intervenir. Abramos nuestros corazones y pidámosle que los proteja, en lugar de tratar de hacerlo nosotros mismos. Y démosle a Dios esta situación. Dáselo totalmente a Él: todo el dolor, toda la frustración; todo el caos, todo el dolor.

Sostenlo. Y espera. Espera Su respuesta. Observa y escucha lo que hace Jesús. Porque Su respuesta es lo que estamos esperando. Es lo que necesitamos ahora.

Jesús, te amo. Confío en ti. Eres más que capaz de lidiar con este dolor. Eres amable. Sabio, y bueno. Me amas. Me conoces mejor que yo mismo. Tú quieres lo mejor para mí. Entonces, confío en ti. Confío en Tus soluciones. Confío en Tu Camino. Te estoy escuchando ahora. Por favor, ayúdame a verte, ayúdame a ver Tu Camino y a mantener mi corazón abierto. . .

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