Cristo sufrió por nuestros pecados una sola vez y para siempre. Él nunca pecó, en cambio, murió por los pecadores para llevarlos a salvo con Dios. Sufrió la muerte física, pero volvió a la vida en el Espíritu. Por lo tanto, fue a predicarles a los espíritus encarcelados, esos que desobedecieron a Dios hace mucho tiempo, cuando Dios esperaba con paciencia mientras Noé construía su barco. Solo ocho personas se salvaron de morir ahogadas en ese terrible diluvio.
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