Ese mismo día, el rey Jerjes entregó a la reina Ester las propiedades de Amán, el enemigo de los judíos. Luego llevaron a Mardoqueo ante el rey, porque Ester le había contado al rey el parentesco que había entre ellos. El rey se quitó el anillo con su sello oficial —el cual había recuperado de Amán— y se lo dio a Mardoqueo; y Ester nombró a Mardoqueo como encargado de las propiedades de Amán. Luego Ester volvió a presentarse ante el rey, cayó a sus pies y le suplicó con lágrimas que detuviera el plan siniestro que Amán, el agagueo, había conspirado contra los judíos. Nuevamente el rey extendió su cetro de oro hacia Ester. De modo que ella se levantó y permaneció de pie delante de él. Ester dijo: —Si al rey le place y yo he logrado su favor, y si al rey le parece correcto y yo le resulto agradable, que se emita un decreto que anule las órdenes de Amán, hijo de Hamedata el agagueo, quien ordenó la destrucción de los judíos en todas las provincias del rey. Pues, ¿cómo podría soportar ver a mi pueblo y a mi familia ser masacrados y destruidos?
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