Finalmente el faraón llamó a Moisés y le dijo: —Vayan a adorar al SEÑOR, pero dejen aquí sus rebaños y sus manadas. Sin embargo, pueden llevarse a sus hijos pequeños. —¡De ninguna manera! —respondió Moisés—. Tú debes proveernos de animales para los sacrificios y las ofrendas quemadas que presentaremos al SEÑOR nuestro Dios. Todos nuestros animales deberán ir con nosotros; ni una sola pezuña puede quedar atrás. Tendremos que seleccionar nuestros sacrificios para el SEÑOR nuestro Dios de entre esos animales, y solo sabremos cómo vamos a adorar al SEÑOR una vez que estemos allí. Pero el SEÑOR endureció el corazón del faraón una vez más, y no quiso dejarlos salir. —¡Lárgate de aquí! —le gritó el faraón a Moisés—. Te advierto: ¡jamás regreses a verme! El día que me veas la cara, ¡morirás! —Muy bien —respondió Moisés—. ¡Nunca más volveré a verte!
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