Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recibiré de nuevo. En un estallido de enojo aparté de ti mi rostro por un poco de tiempo. Pero con amor eterno tendré compasión de ti —dice el SEÑOR, tu Redentor—. »Así como juré en tiempos de Noé que nunca más permitiría que un diluvio cubra la tierra, ahora también juro que nunca más me enojaré contigo ni te castigaré. Pues las montañas podrán moverse y las colinas desaparecer, pero aun así mi fiel amor por ti permanecerá; mi pacto de bendición nunca será roto —dice el SEÑOR, que tiene misericordia de ti—. »¡Oh ciudad azotada por las tormentas, atribulada y desolada! Te reconstruiré con joyas preciosas y haré tus cimientos de lapislázuli. Haré tus torres de rubíes relucientes, tus puertas de gemas brillantes y tus muros de piedras preciosas. Yo les enseñaré a todos tus hijos, y ellos disfrutarán de una gran paz. Estarás segura bajo un gobierno justo e imparcial; tus enemigos se mantendrán muy lejos. Vivirás en paz, y el terror no se te acercará. Si alguna nación viniera para atacarte, no será porque yo la haya enviado; todo el que te ataque caerá derrotado. »Yo he creado al herrero que aviva el fuego de los carbones bajo la fragua y hace las armas de destrucción. Y he creado a los ejércitos que destruyen. Pero en aquel día venidero, ningún arma que te ataque triunfará. Silenciarás cuanta voz se levante para acusarte. Estos beneficios los disfrutan los siervos del SEÑOR; yo seré quien los reivindique. ¡Yo, el SEÑOR, he hablado!
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