Como la tormenta seguía empeorando, le preguntaron: —¿Qué debemos hacer contigo para detener esta tempestad? —Échenme al mar —contestó Jonás— y volverá la calma. Yo sé que soy el único culpable de esta terrible tormenta. Sin embargo, los marineros remaron con más fuerza para llevar el barco a tierra, pero la tempestad era tan violenta que no lo lograron. Entonces clamaron al SEÑOR, Dios de Jonás: «Oh SEÑOR —le rogaron—, no nos dejes morir por el pecado de este hombre y no nos hagas responsables de su muerte. Oh SEÑOR, has enviado esta tormenta sobre él y solo tú sabes por qué». Entonces los marineros tomaron a Jonás y lo lanzaron al mar embravecido, ¡y al instante se detuvo la tempestad! Los marineros quedaron asombrados por el gran poder del SEÑOR, le ofrecieron un sacrificio y prometieron servirle. Entre tanto, el SEÑOR había provisto que un gran pez se tragara a Jonás; y Jonás estuvo dentro del pez durante tres días y tres noches.
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