Cuando quieren un pedazo de tierra, encuentran la forma de apropiárselo. Cuando quieren la casa de alguien, la toman mediante fraude y violencia. Estafan a un hombre para quitarle su propiedad y dejan a su familia sin herencia. Pero esto es lo que dice el SEÑOR: «Pagaré su maldad con maldad; no podrán librar su cuello de la soga. No volverán a caminar con orgullo, porque será un tiempo terrible». En aquel día sus enemigos se burlarán de ustedes cuando entonen esta canción de lamento acerca de ustedes: «¡Estamos acabados, totalmente arruinados! Dios confiscó la tierra, nos la ha quitado. Dio nuestros campos a los que nos traicionaron». Entonces otros establecerán los límites de propiedad y el pueblo del SEÑOR no tendrá voz ni voto en cómo se reparte la tierra. «No digan semejantes cosas —responde la gente—. No profeticen así. ¡Esos desastres nunca nos llegarán!». ¿Debes hablar de esa manera, oh familia de Israel? ¿Tendrá paciencia el Espíritu del SEÑOR con semejante comportamiento? Si ustedes hicieran lo correcto, encontrarían consuelo en mis palabras. Sin embargo, hasta este mismo instante mi pueblo se rebela contra mí, ¡como un enemigo! Les roban hasta la camisa a los que confiaban en ustedes y los dejan tan andrajosos como hombres que regresan de la guerra. Desalojaron a las mujeres de sus cómodos hogares y despojaron a sus hijos para siempre de todo lo que Dios les hubiera dado. ¡Levántense! ¡Fuera! Esta ya no es su tierra ni su hogar, porque la llenaron de pecado y la arruinaron por completo. Supongamos que un profeta lleno de mentiras les dice: «¡Les predicaré las delicias del vino y del alcohol!». ¡Esa es la clase de profeta que a ustedes les gustaría!
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