»Ahora, Dios nuestro —Dios grande, poderoso y temible que cumple su pacto de amor inagotable—, no permitas que todas las privaciones que hemos sufrido te parezcan insignificantes. Grandes dificultades cayeron sobre nosotros, nuestros reyes, nuestros líderes, nuestros sacerdotes, nuestros profetas y nuestros antepasados —todo tu pueblo—, desde los días cuando los reyes de Asiria por primera vez nos vencieron hasta el día de hoy. Cada vez que nos castigaste actuaste con justicia. Hemos pecado grandemente, y nos diste solo lo que merecíamos. Nuestros reyes, líderes, sacerdotes y antepasados no obedecieron tu ley ni prestaron atención a las advertencias de tus mandatos y leyes. Aun cuando tenían su propio reino, no te sirvieron, a pesar de que derramaste tu bondad sobre ellos. Les diste un territorio grande y fértil, pero ellos se negaron a abandonar su perversidad. »Por eso, ¡hoy somos esclavos en esta tierra de abundancia que diste a nuestros antepasados para que la disfrutaran! Somos esclavos aquí en esta buena tierra. Los abundantes productos agrícolas de esta tierra se amontonan en las manos de los reyes que has puesto sobre nosotros por causa de nuestros pecados. Ellos ejercen su poder sobre nosotros y nuestros animales. Les servimos según su antojo, y pasamos por mucho sufrimiento». Entonces el pueblo respondió: «En vista de todo esto, hacemos una promesa solemne y la ponemos por escrito. En este documento sellado están los nombres de nuestros líderes, levitas y sacerdotes».
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