A ti clamé, oh SEÑOR. Le supliqué al Señor que tuviera misericordia, diciéndole: «¿Qué ganarás si me muero, si me hundo en la tumba? ¿Acaso podrá mi polvo alabarte? ¿Podrá hablar de tu fidelidad? Escúchame, SEÑOR, y ten misericordia de mí; ayúdame, oh SEÑOR». Tú cambiaste mi duelo en alegre danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de alegría, para que yo te cante alabanzas y no me quede callado. Oh SEÑOR mi Dios, ¡por siempre te daré gracias!
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