Tú, oh Dios, eres mi rey desde hace siglos; traes salvación a la tierra. Dividiste el mar con tu fuerza y les rompiste la cabeza a los monstruos marinos. Aplastaste las cabezas del Leviatán y dejaste que se lo comieran los animales del desierto. Hiciste que brotaran los manantiales y los arroyos, y secaste ríos que jamás se secan. Tanto el día como la noche te pertenecen; tú creaste el sol y la luz de las estrellas. Estableciste los límites de la tierra e hiciste el verano, así como el invierno. Mira cómo te insultan estos enemigos, SEÑOR; una nación insensata ha deshonrado tu nombre. No permitas que estas bestias salvajes destruyan a tus tórtolas; no te olvides para siempre de tu pueblo dolido. Recuerda las promesas de tu pacto, ¡porque la tierra está llena de oscuridad y violencia! No permitas que humillen otra vez a los oprimidos; en cambio, deja que el pobre y el necesitado alaben tu nombre. Levántate, oh Dios, y defiende tu causa; recuerda cómo te insultan estos necios todo el día. No pases por alto lo que han dicho tus enemigos ni su creciente alboroto.
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