Si no te empeñas en practicar todas las palabras de esta ley, que están escritas en este libro, ni temes a este glorioso e imponente nombre del SEÑOR tu Dios, el SEÑOR enviará contra ti y contra tus descendientes plagas terribles y persistentes, y enfermedades malignas e incurables. Todas las horribles enfermedades de Egipto, que tanto espanto te causaron, vendrán sobre ti y no te darán respiro. El SEÑOR también te enviará, hasta exterminarte, toda clase de enfermedades y desastres no registrados en este libro de la Ley. Y tú, que como pueblo fuiste tan numeroso como las estrellas del cielo, quedarás reducido a unos cuantos por no haber obedecido al SEÑOR tu Dios. Así como al SEÑOR le agradó multiplicarte y hacerte prosperar, también le agradará arruinarte y destruirte. ¡Serás arrancado de raíz, de la misma tierra que ahora vas a poseer! El SEÑOR te dispersará entre todas las naciones, de uno al otro extremo de la tierra. Allí adorarás a otros dioses, dioses de madera y de piedra que ni tú ni tus antepasados conocieron. En esas naciones no hallarás paz ni descanso. El SEÑOR mantendrá angustiado tu corazón; tus ojos se cansarán de anhelar y tu corazón perderá toda esperanza. Noche y día vivirás en constante zozobra, lleno de terror y nunca seguro de tu vida. Debido a las visiones que tendrás y al terror que se apoderará de ti, dirás en la mañana: «¡Si tan solo fuera de noche!», y en la noche: «¡Si tan solo fuera de día!». Y aunque el SEÑOR te prometió que jamás volverías por el camino de Egipto, te hará volver en barcos. Allá te ofrecerás a tus enemigos como esclavo y no habrá nadie que quiera comprarte.
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