así que al amanecer los ángeles le insistieron a Lot. Exclamaron:
—¡Apúrate! Llévate a tu esposa y a tus dos hijas que están aquí, para que no sean destruidos cuando la ciudad sea castigada.
Como Lot titubeaba, los hombres lo tomaron de la mano, lo mismo que a su esposa y a sus dos hijas, y los sacaron de la ciudad porque el SEÑOR les tuvo compasión. Cuando ya los habían sacado de la ciudad, uno de los ángeles le dijo:
—¡Escápate! No mires hacia atrás ni te detengas en ninguna parte del valle. Huye hacia las montañas, no sea que perezcas.
—¡No, señores míos, por favor! —respondió Lot—. Ustedes han sido muy buenos con este siervo suyo y su bondad ha sido grande al salvarme la vida. Pero yo no puedo escaparme a las montañas, no sea que la destrucción me alcance y pierda yo la vida. Cerca de aquí hay una ciudad pequeña, en la que podría refugiarme. ¿Por qué no dejan que me escape hacia allá? Es una ciudad muy pequeña y en ella me pondré a salvo.
—Está bien —respondió uno de ellos—; también esta petición te la concederé. No destruiré la ciudad de que hablas. Pero ¡date prisa! y huye de una vez, porque no puedo hacer nada hasta que llegues allí.
Por eso aquella ciudad recibió el nombre de Zoar.
Lot llegó a Zoar cuando estaba amaneciendo. Entonces el SEÑOR hizo que cayera del cielo una lluvia de fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra. Así destruyó a esas ciudades y a todos sus habitantes, junto con todo el valle y la vegetación del suelo. Pero la esposa de Lot miró hacia atrás y se quedó convertida en estatua de sal.
Al día siguiente, Abraham madrugó y regresó al lugar donde se había encontrado con el SEÑOR. Volvió la mirada hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la llanura, y vio que de la tierra subía humo, como de un horno.
Así arrasó Dios a las ciudades de la llanura, pero se acordó de Abraham y sacó a Lot de en medio de la catástrofe que destruyó a las ciudades en que había habitado.
Luego, por miedo a quedarse en Zoar, Lot se fue con sus dos hijas a vivir en la región montañosa. Allí vivió con ellas en una cueva. Un día, la hija mayor dijo a la menor:
—Nuestro padre ya está viejo y no quedan hombres en esta región para que se acuesten con nosotras y nos den hijos, como es la costumbre de todo el mundo. Ven, vamos a emborracharlo con vino. Nos acostaremos con él y así por medio de él tendremos descendencia.
Esa misma noche emborracharon a su padre y, sin que este se diera cuenta de nada, la hija mayor fue y se acostó con él. A la mañana siguiente, la mayor dijo a la menor:
—Mira, anoche me acosté con mi padre. Vamos a emborracharlo de nuevo esta noche y ahora tú te acostarás con él; y así por medio de él tendremos descendencia.
Esa misma noche volvieron a emborrachar a su padre y, sin que este se diera cuenta de nada, la hija menor fue y se acostó con él.
Así las dos hijas de Lot quedaron embarazadas de su padre. La mayor tuvo un hijo, a quien llamó Moab, padre de los actuales moabitas. La hija menor también tuvo un hijo, a quien llamó Ben Amí, padre de los actuales amonitas.