Ahora bien, a los sacerdotes la muerte les impedía seguir ejerciendo sus funciones y por eso hemos tenido muchos de ellos; pero como Jesús permanece para siempre, su sacerdocio es imperecedero. Por eso también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos. Nos convenía tener un sumo sacerdote así: santo, irreprochable, puro, apartado de los pecadores y exaltado sobre los cielos. A diferencia de los otros sumos sacerdotes, él no tiene que ofrecer sacrificios día tras día, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo; porque él ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre cuando se ofreció a sí mismo. De hecho, la Ley designa como sumos sacerdotes a hombres débiles; pero el juramento posterior a la Ley designa al Hijo, quien ha sido hecho perfecto para siempre.
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