Vuélvete, Israel, al SEÑOR tu Dios. ¡Tu maldad te ha hecho caer! Piensen bien lo que dirán y vuélvanse al SEÑOR con este ruego: «Perdónanos nuestras maldades y recíbenos con benevolencia, pues queremos ofrecerte el fruto de nuestros labios. Asiria no podrá salvarnos; no montaremos caballos de guerra. Nunca más llamaremos “dios nuestro” a cosas hechas por nuestras manos, pues en ti el huérfano halla compasión». «Yo sanaré su rebeldía y los amaré de pura gracia, porque mi ira contra ellos se ha calmado. Yo seré para Israel como el rocío, y lo haré florecer como lirio. Hundirá sus raíces como cedro del Líbano. Sus vástagos crecerán, tendrán el esplendor del olivo y la fragancia del cedro del Líbano. Volverán a habitar bajo su sombra, y crecerán como el trigo. Echarán renuevos, como la vid, y serán tan famosos como el vino del Líbano. Efraín, ¿qué tengo que ver con los ídolos? ¡Soy yo quien te responde y cuida de ti! Soy como el ciprés siempre verde; tu fruto procede de mí». ¿Quién es sabio?, el que entiende estas cosas; ¿quién tiene discernimiento?, el que las comprende. Ciertamente son rectos los caminos del SEÑOR: en ellos caminan los justos, mientras que allí tropiezan los rebeldes.
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