Tú comprendes, SEÑOR; ¡acuérdate de mí y cuídame! ¡Toma venganza de los que me persiguen! Tú eres lento para la ira, no permitas que sea yo arrebatado; sabes que por ti sufro injurias. Al encontrarme con tus palabras, yo las devoraba; ellas eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo llevo tu nombre, SEÑOR Dios de los Ejércitos. No me he sentado en compañía de libertinos ni me he divertido con ellos; he vivido solo, porque tu mano estaba sobre mí y me has llenado de indignación. ¿Por qué no cesa mi dolor? ¿Por qué es incurable mi herida? ¿Por qué se resiste a sanar? ¿Serás para mí un arroyo engañoso, de aguas no confiables? Por eso, así dice el SEÑOR: «Si te arrepientes, yo te restauraré y podrás servirme. Si evitas hablar en vano, y dices palabras valiosas, tú serás mi portavoz. Que ellos se vuelvan hacia ti, pero tú no te vuelvas hacia ellos.
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