Cuando el vino se acabó, la madre de Jesús le dijo: —Ya no tienen vino. —Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? —respondió Jesús—. Todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: —Hagan lo que él les ordene. Había allí seis tinajas de piedra, de las que usan los judíos en sus ceremonias de purificación. En cada una cabían unos cien litros. Jesús dijo a los sirvientes: —Llenen de agua las tinajas. Y los sirvientes las llenaron hasta el borde. —Ahora saquen un poco y llévenlo al encargado del banquete —dijo Jesús. Así lo hicieron. El encargado del banquete probó el agua convertida en vino sin saber de dónde había salido, aunque sí lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Entonces llamó aparte al novio y le dijo: —Todos sirven primero el mejor vino y, cuando los invitados ya han bebido mucho, entonces sirven el más barato; pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora. Esta primera señal milagrosa la hizo Jesús en Caná de Galilea. Así reveló su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después de esto Jesús bajó a Capernaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y se quedaron allí unos días. Cuando se aproximaba la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Y en el Templo halló a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y también a otros que, instalados en sus mesas, cambiaban dinero. Entonces, haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos del Templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero y derribó sus mesas. A los que vendían las palomas les dijo: —¡Saquen esto de aquí! ¡No conviertan la casa de mi Padre en un mercado! Sus discípulos se acordaron de que está escrito: «El celo por tu casa me consumirá».
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