Ahora bien, Eliú había estado esperando antes de dirigirse a Job, porque ellos eran mayores de edad; pero, al ver que los tres amigos no tenían ya nada que decir, se encendió su enojo. Y habló Eliú, hijo de Baraquel de Buz: «Yo soy muy joven y ustedes ancianos, por eso me sentía muy temeroso de expresarles mi opinión. Y me dije: “Que hable la voz de la experiencia; que demuestren los ancianos su sabiduría”. Pero lo que da entendimiento al hombre es el espíritu que en él habita; ¡es el aliento del Todopoderoso! No son los ancianos los únicos sabios ni es la edad la que hace entender lo que es justo. »Les ruego, por tanto, que me escuchen, pues yo también tengo que expresarles mi opinión. Mientras hablaban, me propuse esperar y escuchar sus razonamientos; mientras buscaban las palabras, les presté toda mi atención. Pero no han podido probar que Job esté equivocado; ninguno ha respondido a sus argumentos. No vayan a decirme: “Hemos hallado la sabiduría; que lo refute Dios y no los hombres”. Ni Job se ha dirigido a mí ni yo he de responderle como ustedes. »Job, tus amigos están desconcertados; no pueden responder, les faltan las palabras. ¿Y voy a seguir esperando ante su silencio, ante su falta de respuesta? Yo también tengo algo que decir y voy a exponer mi saber. Palabras no me faltan; el espíritu que hay en mí me obliga a hablar. Estoy como vino embotellado en odre nuevo a punto de estallar. Tengo que hablar y desahogarme; tengo que abrir la boca y dar respuesta. No favoreceré a nadie ni halagaré a ninguno; Yo no sé adular a nadie; si lo hiciera, mi Creador muy pronto me castigaría.
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