Al día siguiente, muy de madrugada, Josué ordenó que se presentaran una por una las tribus de Israel y la suerte cayó sobre Judá. Todos los clanes de Judá se acercaron y la suerte cayó sobre el clan de Zera. Del clan de Zera la suerte cayó sobre la familia de Zabdí. Josué, entonces, hizo pasar a cada uno de los varones de la familia de Zabdí y la suerte cayó sobre Acán, hijo de Carmí, nieto de Zabdí y bisnieto de Zera. Entonces Josué dijo a Acán: —Hijo mío, honra y alaba al SEÑOR, Dios de Israel. Cuéntame lo que has hecho. ¡No me ocultes nada! Acán respondió: —Es cierto que he pecado contra el SEÑOR, Dios de Israel. Esta es mi falta: Vi en el botín un hermoso manto de Sinar, doscientos siclos de plata y una barra de oro que pesaba cincuenta siclos. Los codicié y me apropié de ellos. Entonces los escondí en un hoyo que cavé en medio de mi tienda de campaña. La plata está también allí, debajo de todo. Enseguida, Josué envió a unos mensajeros, los cuales fueron corriendo a la tienda de Acán. Allí encontraron todo lo que Acán había escondido, lo recogieron y se lo llevaron a Josué y a los israelitas, quienes se lo presentaron al SEÑOR.
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