Los egipcios se alegraron de su partida, pues el miedo a los israelitas los dominaba. Él los cubrió con una nube y con fuego los alumbró de noche. Pidió el pueblo comida y les envió codornices; los sació con pan del cielo. Abrió la roca y brotó agua que corrió por el desierto como un río. Se acordó Dios de su santa promesa, la que hizo a su siervo Abraham. Sacó a su pueblo, a sus escogidos, en medio de gran alegría y de gritos jubilosos. Les entregó las tierras que poseían las naciones; heredaron el fruto del trabajo de otros pueblos para que ellos observaran sus estatutos y pusieran en práctica sus leyes.
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