¿Acaso ustedes, gobernantes, proclaman la justicia y juzgan con rectitud a los seres humanos? ¡No! Ustedes a plena conciencia cometen injusticias, y la violencia de sus manos se esparce en el país. Los malvados se descarrían desde que nacen; desde el vientre materno se desvían los mentirosos. Su veneno es como el de las serpientes, como el de una cobra que cierra su oído para no escuchar la música de los encantadores, del diestro en hechizos. Rómpeles, oh Dios, los dientes; ¡arráncales, SEÑOR, los colmillos a esos leones! Que desaparezcan, como el agua que se derrama; que se rompan sus flechas al tensar el arco. Que se disuelvan, como babosa rastrera; que no vean la luz del sol, cual si fueran abortivos. Que sin darse cuenta, ardan como espinos; que el vendaval los arrastre, estén verdes o secos. Se alegrará el justo al ver la venganza, al empapar sus pies en la sangre del malvado. Dirá entonces la gente: «Ciertamente los justos son recompensados; ciertamente hay un Dios que juzga en la tierra».
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