Oh Dios, los pueblos paganos han invadido tu herencia; han profanado tu santo Templo, han dejado en ruinas a Jerusalén. Han entregado los cadáveres de tus siervos como alimento de las aves del cielo; han destinado los cuerpos de tus fieles para comida de los animales salvajes. Por toda Jerusalén han derramado su sangre, como si derramaran agua, y no hay quien entierre a los muertos. Hemos quedado en ridículo ante nuestros vecinos; somos la burla y el escarnio de los que nos rodean. ¿Hasta cuándo, SEÑOR? ¿Vas a estar enojado para siempre? ¿Arderá tu celo como el fuego? ¡Descarga tu ira sobre las naciones que no te reconocen, sobre los reinos que no invocan tu nombre! Porque a Jacob se lo han devorado y al país lo han dejado en ruinas. No tomes en cuenta los pecados de nuestros antepasados; ¡venga pronto tu misericordia a nuestro encuentro, porque estamos totalmente abatidos!
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