Báñate, perfúmate y ponte tu mejor ropa. Baja luego al lugar donde se limpia el trigo, pero no dejes que él se dé cuenta de que estás allí hasta que haya terminado de comer y beber. Cuando se vaya a dormir, te fijas dónde se acuesta. Luego ve, descubre sus pies y acuéstate a su lado. Verás que él mismo te dice lo que tienes que hacer.
—Haré todo lo que me has dicho —respondió Rut.
Y bajó al lugar donde se limpia el trigo e hizo todo lo que su suegra había mandado.
Booz comió, bebió y se puso alegre. Luego se fue a dormir detrás del montón de grano. Más tarde Rut se acercó sigilosamente, le destapó los pies y se acostó allí. A medianoche Booz se despertó sobresaltado y, al darse vuelta, descubrió que había una mujer acostada a sus pies.
—¿Quién eres? —preguntó.
—Soy Rut, su sierva. Extienda sobre mí el borde de su manto, ya que usted es un pariente que me puede redimir.
—Que el SEÑOR te bendiga, hija mía. Esta nueva muestra de lealtad de tu parte supera la anterior, ya que no has ido en busca de hombres jóvenes, sean ricos o pobres. Y ahora, hija mía, no tengas miedo. Haré por ti todo lo que me pidas. Todo mi pueblo sabe que eres una mujer de noble carácter. Ahora bien, aunque es cierto que soy un pariente que puede redimirte, hay otro más cercano que yo. Quédate aquí esta noche. Mañana, si él quiere redimirte, está bien que lo haga. Pero si no está dispuesto a hacerlo, ¡tan cierto como que el SEÑOR vive, te aseguro que yo te redimiré! Ahora acuéstate aquí hasta que amanezca.
Así que se quedó acostada a sus pies hasta el amanecer y se levantó cuando aún estaba oscuro; pues él había dicho: «Que no se sepa que una mujer vino al lugar donde se limpia el trigo».
Luego Booz dijo:
—Dame la capa que llevas puesta y sostenla firmemente.
Rut lo hizo así, entonces él echó en la capa seis medidas de cebada y puso la carga sobre ella. Luego él regresó al pueblo.
Cuando Rut llegó adonde estaba su suegra, esta preguntó:
—¿Cómo te fue, hija mía?
Rut le contó todo lo que aquel hombre había hecho por ella y añadió:
—Me dio estas seis medidas de cebada y me dijo: “No debes volver a tu suegra con las manos vacías”.
Entonces Noemí dijo:
—Espérate, hija mía, a ver qué sucede, porque este hombre no va a descansar hasta dejar resuelto este asunto hoy mismo.