Cuando Abigaíl vio a David, rápidamente se bajó del asno y se inclinó ante David sin levantar la vista,
luego se arrojó a sus pies, mientras decía:
«Señor mío, ¡que caiga sobre mí el pecado de mi esposo! Pero antes te ruego que me permitas hablar. ¡Escucha a tu humilde servidora!
Por favor, no tomes en cuenta las palabras de Nabal, mi imprudente esposo. Le hace honor a su nombre, y siempre ha sido un imprudente. Pero cuando vinieron los jóvenes que tú enviaste, yo no los vi.
Señor mío, te juro por el Señor, y por ti mismo, que estoy segura de que el Señor no quiere que derrames sangre, ni que tomes venganza. Que todos tus enemigos, incluyendo a Nabal, sean duramente castigados.
Mira los presentes que tu servidora ha traído: son para los hombres que vienen contigo.
Y por favor, perdóname si te he ofendido; yo estoy segura de que el Señor afirmará tu descendencia, porque tú peleas las batallas del Señor, y porque no has cometido ningún mal.
Aun si alguien te persigue y trata de matarte, tu vida está unida a los que viven conforme a la voluntad del Señor tu Dios; él destruirá a tus enemigos y los arrojará lejos, con la facilidad con que se arroja una piedra con la honda.
Cuando el Señor te establezca como príncipe del pueblo de Israel, tal y como te lo ha prometido,
ningún remordimiento empañará tu dicha, pues te contuviste y no derramaste sangre sin motivo, ni te vengaste por ti mismo. Que Dios te proteja, señor mío, y espero que te acuerdes de esta sierva tuya cuando el Señor te dé su bendición.»
David le dijo a Abigaíl:
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que hoy te envió a mi encuentro.
Y bendigo a Dios por ti y por tu razonamiento, porque gracias a ellos me has impedido derramar sangre inocente y vengarme por mi propia mano.
Te juro por el Señor, el Dios de Israel, que él me ha impedido hacerte daño. Si no te hubieras apresurado para venir a mi encuentro, entre hoy y mañana tu esposo Nabal se habría quedado sin sirvientes, pues todos habrían muerto.»
Entonces David recibió de Abigaíl todo lo que ella le había llevado, y le dijo:
«Regresa en paz a tu casa. Como puedes ver, he atendido tu advertencia y te he respetado.»
Cuando Abigaíl regresó, Nabal estaba celebrando en su casa un gran banquete, semejante al banquete de un rey, y estaba tan borracho y tan alegre que ella optó por no decirle nada hasta el día siguiente.
Por la mañana, cuando a Nabal se le había pasado la borrachera, Abigaíl le contó su encuentro con David, y él se impresionó tanto que tuvo un ataque y se quedó paralizado.
Diez días después, el Señor hirió a Nabal con otro ataque, y este murió.
Y al enterarse David de la muerte de Nabal, alabó al Señor y dijo:
«Bendito sea el Señor, que me vengó de la humillación que me causó Nabal, y me libró de su maldad y se la devolvió a él.»
Después, envió mensajeros para que le dijeran a Abigaíl que quería tomarla por esposa.
Los mensajeros fueron a Carmel y hablaron con Abigaíl. Le dijeron:
«David nos ha enviado por ti, pues quiere que seas su esposa.»
Entonces ella se levantó, inclinó su rostro a tierra, y dijo:
«Aquí me tienen, dispuesta a lavar los pies de quienes sirven a mi señor.»
Luego, Abigaíl tomó a cinco doncellas que le servían y, montando en un asno, siguió a los mensajeros de David para ser su esposa.
David también tomó por esposa a Ajinoán la jezreelita, y ambas fueron sus mujeres,
pues Saúl había dado su hija Mical, esposa de David, a Palti hijo de Lais, que era de Galín.