Después de estos acontecimientos, y sosegada ya su ira, el rey Asuero se acordó de Vasti y de lo que ella había hecho, y de la sentencia en su contra.
Los criados del rey, sus cortesanos, dijeron:
«Que se busquen para el rey jóvenes vírgenes y de hermosa figura.
Que en todas las provincias del reino haya quienes seleccionen a estas jóvenes. Que estas sean llevadas a la casa de las mujeres, en la residencia real de Susa, y puestas al cuidado de Jegay, eunuco del rey y guardián de las mujeres. Que les den sus atavíos,
y que reine en lugar de Vasti la doncella que a los ojos del rey resulte agraciada.»
Esto le pareció bien al rey, y así se hizo.
En la residencia real de Susa había un judío llamado Mardoqueo. Era hijo de Yaír, hijo de Simey, hijo de Cis, del linaje de Benjamín,
que había sido llevado cautivo desde Jerusalén, junto con los que fueron llevados con Jeconías, rey de Judá, a quien Nabucodonosor llevó a la cautividad babilónica.
Mardoqueo había criado a Jadasá, también llamada Ester, que era una joven huérfana de hermosa figura y de bello semblante. Ester era hija de su tío, pues cuando su padre y su madre murieron, Mardoqueo la adoptó como hija suya.
Cuando se divulgó el mandamiento y decreto del rey, se reunió a muchas doncellas en la residencia real de Susa, que estaba a cargo de Jegay, el guardián de las mujeres. También Ester fue llevada a la casa del rey, y quedó al cuidado de Jegay.
Cuando Jegay vio a Ester, la halló tan agradable que de inmediato ordenó que se le dieran los mejores atavíos y alimentos, y también siete damas de compañía de la casa real, y la llevó con sus doncellas a lo mejor de la casa de las mujeres.
Pero Ester no dio a saber cuál era su pueblo ni su parentela, porque Mardoqueo le había mandado que no hablara de eso.