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Hebreos 7:1-24

Hebreos 7:1-24 RVC

Este Melquisedec, que era rey de Salén y sacerdote del Dios altísimo, salió al encuentro de Abrahán cuando este volvía de derrotar a los reyes, y lo bendijo. Entonces Abrahán le dio los diezmos de todo. Melquisedec significa, en primer lugar, «Rey de justicia», y también «Rey de Salén», que significa «Rey de paz». Nada se sabe de su padre ni de su madre, ni de sus antepasados, ni si tuvo principio ni fin; pero, a semejanza del Hijo de Dios, permanece como sacerdote eterno. Ustedes pueden ver, entonces, su grandeza, pues el mismo patriarca Abrahán le dio los diezmos del botín. Ahora bien, según la ley, los descendientes de Leví, que reciben el sacerdocio, tienen el derecho de tomar los diezmos del pueblo, es decir, de sus propios hermanos, aun cuando estos sean también descendientes de Abrahán. Pero Melquisedec, aunque no era descendiente de Leví, tomó de Abrahán los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas; ¡y nadie puede negar que el que bendice es superior al que recibe la bendición! En este caso, los que reciben los diezmos son simples hombres; pero en aquel, los recibe Melquisedec, de quien se da testimonio de que vive. Y hasta podría decirse que Leví, que ahora recibe los diezmos, en aquel tiempo los pagó por medio de Abrahán, pues Leví ya estaba presente en su antepasado Abrahán cuando Melquisedec le salió al encuentro. Si la perfección se alcanzara mediante el sacerdocio levítico (ya que bajo este el pueblo recibió la ley), ¿qué necesidad habría de que aún se levantara otro sacerdote, según el orden de Melquisedec y no según el de Aarón? Porque al cambiar el sacerdocio, también se tiene que cambiar la ley. Pero nuestro Señor, de quien la Escritura dice esto, era de otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar. Es bien sabido que nuestro Señor procedía de la tribu de Judá, acerca de la cual Moisés no dijo nada en relación con el sacerdocio. Esto resulta más evidente si el nuevo sacerdote que se levanta es alguien semejante a Melquisedec, quien no llegó a ser sacerdote por ceñirse a una ley meramente humana, sino por el poder de una vida indestructible. Pues de él se hace constar: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec». De modo que el mandamiento anterior queda anulado por resultar endeble e inútil, ya que la ley no perfeccionó nada, y en su lugar tenemos una esperanza mejor, por la cual nos acercamos a Dios. Además, esto no se hizo sin un juramento. Los otros sacerdotes fueron nombrados sin juramento, pero este fue nombrado por el juramento de aquel que le dijo: «El Señor lo ha jurado, y no se arrepentirá: “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”». Por lo tanto, es Jesús quien garantiza un pacto mejor. Ahora bien, los otros sacerdotes fueron muchos porque la muerte les impedía continuar; pero Jesús tiene un sacerdocio inmutable porque permanece para siempre.

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