Si el primer pacto hubiera sido perfecto, no habría sido necesario un segundo pacto. Pero Dios, al reprocharles sus defectos, dice: «Vienen días (dice el Señor) en que estableceré un nuevo pacto con la casa de Israel y la casa de Judá. Ese pacto no será semejante al que hice con sus antepasados el día en que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, pues ellos no fueron fieles a mi pacto, y por eso los abandoné (dice el Señor). Este es el pacto que haré con la casa de Israel: Después de aquellos días (dice el Señor) pondré mis leyes en su mente, y las escribiré sobre su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Ya nadie enseñará a su prójimo, ni le dirá a su hermano: “Conoce al Señor”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño hasta el más grande. Seré misericordioso con sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados ni de sus iniquidades.» Al decir «nuevo pacto», se ha dado por viejo al primero; y lo que es viejo y anticuado está en vías de desaparecer.
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