Después de eso, Job habló y maldijo el día de su nacimiento. Y dijo: «Que perezca el día en que me concibieron, y la noche en que dijeron: “¡Ya nació un varón!” Que se oscurezca ese día, y que Dios en lo alto no lo tome en cuenta. Que ese día el sol deje de brillar, y las tinieblas de muerte lo oscurezcan. Que lo envuelva un manto de oscuridad y lo deje como un día horrible y bochornoso. Que sea esa noche todo oscuridad; que nadie la cuente entre los días del año; ¡que no sea incluida en ninguno de los meses! Que sea contada como una noche estéril, en la que nadie emitió un solo grito de alegría. Que maldigan esa noche los que conjuran al mar, los que saben despertar al furioso Leviatán. Que no brillen las estrellas en el alba, ni llegue nunca la esperada luz; ¡que no se vea la luz de la mañana! »¿Por qué no fue cegado el vientre de mi madre? ¿Por qué no se escondió de mis ojos la miseria? ¿Por qué no morí dentro de su vientre, o al momento mismo de nacer? ¿Por qué me recibió entre sus rodillas? ¿Por qué me amamantó en su pecho?
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