Cuando Jesús supo esto, se alejó de allí. Pero mucha gente lo siguió, y él los sanó a todos, aunque les encargaba con firmeza que no lo descubrieran, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: «Este es mi siervo, a quien he escogido; mi Amado, en quien se complace mi alma. Pondré mi Espíritu sobre él, y a las naciones anunciará juicio. No disputará, ni gritará, ni nadie oirá su voz en las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia. En su nombre esperarán las naciones.»
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