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Salmos 102:1-28

Salmos 102:1-28 RVC

Señor, escucha mi oración; ¡deja que mi queja llegue a tus oídos! No te alejes de mí cuando me veas angustiado; inclina a mí tu oído, ¡respóndeme pronto cuando te invoque! Mi vida se va desvaneciendo, como el humo; mis huesos se deshacen, como tizón quemado. Débil está mi corazón, y seco cual la hierba; ¡hasta me he olvidado de comer! Tanto he llorado que los huesos se me pegan a la carne. Soy como los pelícanos del desierto; ¡soy como los búhos de las soledades! Ya no duermo, y hasta me siento como un pájaro solitario sobre el tejado. Todos los días me insultan mis enemigos; se confabulan y hacen planes contra mí. El pan que como, me sabe a ceniza; lo que bebo, se mezcla con mis lágrimas. ¡Y es porque estás enojado conmigo! ¡Primero me elevas, y luego me dejas caer! Mi vida se diluye como una sombra; ¡me voy secando como la hierba! Pero tú, Señor, permaneces para siempre, y todas las generaciones te recordarán. Te levantarás y tendrás misericordia de Sión, porque ya se ha cumplido su tiempo; ¡ya es hora de que le tengas misericordia! Tus siervos aman cada una de sus piedras; ven sus ruinas, y se compadecen de ella. Señor, las naciones honrarán tu nombre; los reyes de la tierra reconocerán tu gloria, porque tú, Señor, reconstruirás a Sión, y en su esplendor serás reconocido. Tendrás en cuenta la oración de los pobres, y no dejarás de escuchar sus ruegos. Esto, Señor, quedará escrito para los pueblos futuros, ¡para que las generaciones del mañana te alaben! Desde su alto santuario, el Señor observa; desde los cielos, el Señor contempla la tierra para oír el clamor de los cautivos y dar libertad a los sentenciados a muerte; para que en Sión se anuncie el nombre del Señor, ¡para que en Jerusalén se proclame su alabanza! Entonces todas las naciones y todos los reinos vendrán y se unirán para servir al Señor. En mi camino, el Señor me retiró su apoyo; ¡me recortó los días de mi vida! Pero yo le supliqué: «Dios mío, tú vives por todas las generaciones: ¡no me reduzcas la mitad de mi vida!» Tú fundaste la tierra desde el principio, y con tus propias manos formaste los cielos. Un día, ellos serán destruidos; envejecerán, como vestidos usados, y tú los cambiarás por otros; ¡pero tú permanecerás! ¡Tú seguirás siendo el mismo, y tus años nunca tendrán fin! Los hijos de tus siervos vivirán tranquilos, y sus descendientes se afirmarán en tu presencia.