Cuando el pueblo salió, los egipcios se alegraron, pues ante ellos sentían un profundo terror. En el desierto los cubría una nube, y un fuego los alumbraba de noche. Pidieron comida, y Dios les mandó codornices; sació su hambre con el pan que cayó del cielo. Dios partió la peña, y fluyeron aguas que corrieron como ríos por el desierto. Dios se acordó de su santa palabra, y de su juramento a Abrahán, su siervo. Su pueblo salió con gran gozo; sus elegidos salieron con gran júbilo. Dios les dio las tierras de otras naciones, lo mismo que los frutos de esos pueblos, para que obedecieran sus preceptos y cumplieran todos sus mandatos. ¡Aleluya!
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