El Señor se enfureció contra su pueblo, y sintió repugnancia por los que eran suyos. Los dejó caer en manos de los paganos, y fueron sometidos por quienes los odiaban. Sus enemigos los oprimieron; los sometieron bajo su poder. Muchas veces el Señor los libró, pero ellos optaron por ser rebeldes, y por su maldad fueron humillados. Al verlos Dios angustiados, y al escuchar su clamor, se acordaba de su pacto con ellos, y por su gran misericordia los volvía a perdonar y hacía que todos sus opresores les tuvieran compasión. Señor y Dios nuestro, ¡sálvanos! ¡Haz que regresemos de entre las naciones para que alabemos tu santo nombre, y alegres te cantemos alabanzas! ¡Bendito seas Señor, Dios de Israel, desde siempre y hasta siempre! Que todo el pueblo diga: «¡Amén!» ¡Aleluya!
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