Son más deseables que el oro refinado y más dulces que la miel que destila del panal. Con ellos, Señor, amonestas a tu siervo, y recompensas grandemente a quien los cumple. ¿Acaso hay quien reconozca sus propios errores? ¡Perdóname por los que no puedo recordar! ¡No permitas que la soberbia domine a este siervo tuyo! ¡Líbrame de cometer grandes pecados, y nadie podrá entonces culparme de nada!
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