Dios nuestro, lo oímos con nuestros oídos, y nuestros padres nos lo contaron: ¡las grandes proezas que, en su favor, realizaste en los días de antaño! ¡Tú mismo desalojaste a las naciones, castigaste duramente a esos pueblos, y a nuestros padres los dejaste echar raíces! Porque no fue la espada lo que les dio posesión de la tierra; ni fue tampoco su brazo lo que les dio la victoria; ¡fue tu mano derecha, fue tu brazo, fue el resplandor de tu rostro, porque en ellos te complacías! Dios mío, ¡tú eres mi rey! ¡Envía tu salvación al pueblo de Jacob! ¡Por ti derrotaremos a nuestros enemigos! ¡En tu nombre los hundiremos en el suelo! Yo no confiaría en mis flechas, ni tampoco mi espada podría salvarme; pero tú puedes salvarnos de nuestros enemigos, y poner en vergüenza a los que nos odian. ¡En ti, Dios nuestro, nos gloriaremos siempre, y nunca dejaremos de alabar tu nombre!
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