Yo tenía el alma llena de amargura, y sentía que el corazón me punzaba. Era yo tan torpe que no podía entenderlo; en tu presencia, era yo como una bestia. Y no obstante, siempre he estado contigo; tú me has tomado de la mano derecha, me has guiado para seguir tu consejo, y al final me recibirás en gloria. ¿A quién tengo en los cielos? ¡Solo a ti! ¡Sin ti, no quiero nada aquí en la tierra! Aunque mi cuerpo y mi corazón desfallecen, tú, Dios mío, eres la roca de mi corazón, ¡eres la herencia que para siempre me ha tocado!
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