¡Cuán bueno es alabarte, Señor! Bueno es, Altísimo, cantar salmos a tu nombre, anunciar tu misericordia por la mañana, y tu fidelidad todas las noches, en el decacordio y en el salterio, y con tono suave en el arpa. Tú, Señor, me has alegrado con tus obras; yo me regocijo por las obras de tus manos. Muy grandes son tus obras, Señor, y muy profundos tus pensamientos. La gente necia no lo sabe; la gente insensata no lo entiende: si los impíos brotan como la hierba, y todos los inicuos prosperan, es para ser destruidos para siempre. ¡Pero tú, Señor, por siempre estás en las alturas! Bien puedo ver, Señor, a tus enemigos; bien puedo ver que tus enemigos perecerán, ¡que todos los malvados serán esparcidos! Pero tú me darás las fuerzas del búfalo, y me ungirás con aceite fresco. Mis ojos verán la derrota de mis enemigos; ¡mis oídos oirán los gritos de angustia de mis adversarios! Los justos florecerán como las palmeras; crecerán como los cedros del Líbano. Serán plantados en la casa del Señor, y florecerán en los atrios de nuestro Dios. Aun en su vejez darán frutos y se mantendrán sanos y vigorosos para anunciar que el Señor es mi fortaleza, y que él es recto y en él no hay injusticia.
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