Noemí tenía, por parte de su marido, un pariente que se llamaba Booz. Era un hombre muy rico, de la familia de Elimelec.
Un día, Rut le dijo a Noemí:
«Por favor, déjame ir al campo, a recoger espigas. Iré detrás de quien bondadosamente me deje recogerlas.»
Y Noemí le respondió:
«Ve, hija mía.»
Rut fue al campo y recogió espigas siguiendo a los segadores. Y resultó que aquella parte del campo era de Booz, el familiar de Elimelec.
De pronto, Booz llegó de Belén y saludó a los segadores. Les dijo:
«Que el Señor esté con ustedes.»
Y ellos le respondieron:
«Que el Señor te bendiga.»
Luego, Booz le preguntó al mayordomo de sus segadores:
«¿De quién es esa joven?»
Y el mayordomo le respondió:
«Es la moabita que volvió con Noemí de los campos de Moab.
Nos pidió que la dejáramos ir tras los segadores y recoger lo que se va dejando entre las gavillas. Y desde esta mañana que entró en el campo, no ha descansado ni siquiera un momento.»
Entonces Booz le dijo a Rut:
«Escucha, hija mía; no te vayas de aquí, ni vayas a espigar a otro campo. Quédate aquí, con mis criadas.
Fíjate en qué campo van a segar, y síguelas. Ya he dado órdenes a mis criados de que no te molesten. Cuando tengas sed, ve adonde están las vasijas, y bebe del agua que saquen los criados.»
Rut se inclinó hasta el suelo en señal de respeto, y le preguntó:
«¿Cómo es que me tratas con tanta bondad e interés, si yo soy una extranjera?»
Y Booz le respondió:
«Ya sé todo lo que has hecho en favor de tu suegra, después de que murió tu marido. Sé también que dejaste a tu padre y a tu madre, y la tierra donde naciste, para venir a un pueblo para ti desconocido.
¡Que el Señor te recompense por lo que has hecho! ¡Que el Señor, bajo cuyas alas has buscado refugio, te premie por esta acción tuya!»
Rut le dijo:
«Señor mío, espero ser digna de tu bondad. Tus palabras me infunden consuelo, pues me hablas con el corazón, aun cuando no puedo compararme a una sola de tus criadas.»