Le abrí a mi amado, pero él se había marchado ya. Con el alma salí en pos de su voz. ¡Lo busqué, y no lo encontré! ¡Lo llamé, y no me respondió! Los guardias que rondan la ciudad me encontraron y me golpearon. ¡Los que vigilan las murallas me hirieron, me despojaron de mi manto! Doncellas de Jerusalén, yo les ruego, si acaso encuentran a mi amado, ¡le digan que me hallo enferma de amor! «Dinos tú, bella mujer, ¿qué de especial tiene tu amado? ¿Qué de especial tiene tu amado para que nos pidas tal cosa?» «Mi amado es de tez trigueña, y entre la multitud sobresale. Su cabeza es como el oro más fino; su cabellera es rizada, y negra como un cuervo. Sus ojos son como dos palomas que reposan junto a los arroyos y que se bañan en leche. Sus mejillas parecen un jardín en donde crecen especias aromáticas y se cultivan las más fragantes flores; sus labios son como los lirios, y destilan el aroma de la mirra. Sus manos son dos anillos de oro engastados de jacintos; su cuerpo es labrado marfil recubierto de zafiros. Sus piernas son dos columnas de mármol asentadas sobre bases de oro fino; imponente es él, como el monte Líbano, y tiene el garbo de sus altos cedros. Dulce es su paladar. ¡Todo él es codiciable! Así es mi amado, doncellas de Jerusalén; ¡así es mi amigo!»
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