¿Sabes tú el tiempo en que paren las cabras monteses?
¿O miraste tú las ciervas cuando están pariendo?
¿Contaste tú los meses de su preñez,
Y sabes el tiempo cuando han de parir?
Se encorvan, hacen salir sus hijos,
Pasan sus dolores.
Sus hijos se fortalecen, crecen con el pasto;
Salen, y no vuelven a ellas.
¿Quién echó libre al asno montés,
Y quién soltó sus ataduras?
Al cual yo puse casa en la soledad,
Y sus moradas en lugares estériles.
Se burla de la multitud de la ciudad;
No oye las voces del arriero.
Lo oculto de los montes es su pasto,
Y anda buscando toda cosa verde.
¿Querrá el búfalo servirte a ti,
O quedar en tu pesebre?
¿Atarás tú al búfalo con coyunda para el surco?
¿Labrará los valles en pos de ti?
¿Confiarás tú en él, por ser grande su fuerza,
Y le fiarás tu labor?
¿Fiarás de él para que recoja tu semilla,
Y la junte en tu era?
¿Diste tú hermosas alas al pavo real,
O alas y plumas al avestruz?
El cual desampara en la tierra sus huevos,
Y sobre el polvo los calienta,
Y olvida que el pie los puede pisar,
Y que puede quebrarlos la bestia del campo.
Se endurece para con sus hijos, como si no fuesen suyos,
No temiendo que su trabajo haya sido en vano;
Porque le privó Dios de sabiduría,
Y no le dio inteligencia.
Luego que se levanta en alto,
Se burla del caballo y de su jinete.
¿Diste tú al caballo la fuerza?
¿Vestiste tú su cuello de crines ondulantes?
¿Le intimidarás tú como a langosta?
El resoplido de su nariz es formidable.
Escarba la tierra, se alegra en su fuerza,
Sale al encuentro de las armas;
Hace burla del espanto, y no teme,
Ni vuelve el rostro delante de la espada.
Contra él suenan la aljaba,
El hierro de la lanza y de la jabalina;
Y él con ímpetu y furor escarba la tierra,
Sin importarle el sonido de la trompeta;
Antes como que dice entre los clarines: ¡Ea!
Y desde lejos huele la batalla,
El grito de los capitanes, y el vocerío.
¿Vuela el gavilán por tu sabiduría,
Y extiende hacia el sur sus alas?
¿Se remonta el águila por tu mandamiento,
Y pone en alto su nido?
Ella habita y mora en la peña,
En la cumbre del peñasco y de la roca.
Desde allí acecha la presa;
Sus ojos observan de muy lejos.
Sus polluelos chupan la sangre;
Y donde hubiere cadáveres, allí está ella.