Aléjense de cualquier miembro de la iglesia que no obedezca lo que ordenamos en esta carta, para que le dé vergüenza. Pero no lo traten como a un enemigo, sino repréndanlo como a un hermano. Que el Señor que da la paz, les dé paz en todo lugar y en todo tiempo, y los acompañe siempre. Yo, Pablo, escribo este saludo final con mi propia mano. Así es como firmo todas mis cartas; esta es mi letra.
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