pero a nuestro Dios le pareció que habíamos estado allí demasiado tiempo, y nos ordenó ir hacia el norte. »Antes nos advirtió que, al pasar por la región de Seír, no atacáramos a los descendientes de Esaú, pues esa región les pertenece. Allí habían vivido los horeos, pero los descendientes de Esaú los destruyeron y se quedaron con su tierra. Por eso Dios dijo que no nos daría ni un pedazo de ese territorio. Y aunque ellos nos tenían miedo, nos ordenó no hacerles daño, pues después de todo eran nuestros parientes. Solo debíamos comprarles la comida y el agua que necesitáramos. »Yo les hice recordar que Dios los había bendecido en todo lo que ustedes habían hecho durante esos cuarenta años. En verdad, Dios los ha protegido y cuidado en todo el viaje por el desierto, y nada les ha faltado. »Luego nos alejamos por el camino del Arabá, que comienza en Elat y Esión-guéber, y pasamos por Seír. De allí nos desviamos por el camino del desierto que lleva a Moab. Fue entonces cuando Dios nos ordenó no atacar a los moabitas, que son descendientes de Lot. Nos dijo, además, que tampoco nos daría ni un pedazo de la región de Ar, pues ese territorio les pertenece. Antes, ese territorio era de los emitas, que eran un pueblo muy grande, con gente tan alta como los gigantes anaquitas. La mayoría de la gente los conocía con el nombre de refaítas, pero los moabitas fueron los primeros en llamarlos emitas.
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