Esdras era un sacerdote y un maestro que conocía muy bien la ley que Dios había dado por medio de Moisés; la estudiaba constantemente, la obedecía y la enseñaba a los judíos.
Dios había hecho que el rey Artajerjes le diera a Esdras todo lo que él pidiera. Así Esdras logró salir de Babilonia el día primero del mes de Abib, del séptimo año del reinado de Artajerjes. Llegó a Jerusalén el día primero del mes de Ab de ese mismo año. Lo acompañaba un grupo de judíos, entre los que había sacerdotes, sus ayudantes, cantores, guardianes y servidores del templo de Dios.
Esdras llevaba una carta del rey Artajerjes que decía así:
«El gran rey Artajerjes, saluda al sacerdote Esdras, maestro de la ley del Dios todopoderoso.
»Cualquier judío que esté en mi país y quiera acompañarte a Jerusalén, puede hacerlo, incluyendo a los sacerdotes y a sus ayudantes. Yo, junto con mis siete consejeros, te envío a Jerusalén para averiguar si se está obedeciendo la ley de Dios que tú conoces bien. Además, quiero que lleves el oro y la plata que nosotros hemos ofrecido al Dios de Israel, que tiene su templo en Jerusalén. Lleva también todo el oro y la plata que puedas conseguir en toda la provincia de Babilonia, más las ofrendas que la gente y los sacerdotes den voluntariamente para el templo. Con ese dinero comprarás toros, carneros y corderos, y también trigo y vino para ofrecerlos sobre el altar del templo. Decidan ustedes lo que se deba hacer con el dinero que sobre, de acuerdo con lo que Dios les indique. Debes entregarle a Dios los utensilios que te han dado para su adoración. Todo lo que necesites, lo pagará el tesoro del reino.
»Yo, el rey Artajerjes, ordeno a todos los tesoreros de la provincia al oeste del río Éufrates lo siguiente: Si Esdras, sacerdote y maestro conocedor de la ley del Dios todopoderoso, les pide algo, se lo entregarán sin falta. Le está permitido pedir hasta tres mil trescientos kilos de plata, diez mil kilos de trigo, dos mil doscientos litros de vino, dos mil doscientos litros de aceite y toda la sal que necesite. Tengan cuidado de entregarle de inmediato todo lo que su Dios ha ordenado para su templo. Así Dios no se enojará con mi país ni con mis hijos. Sepan también que no deben cobrar ninguna clase de impuestos a los sacerdotes, sus ayudantes, cantores y guardianes, ni a ningún servidor del templo de Dios.
»Esdras, tu Dios te ha dado muchos conocimientos. Úsalos para nombrar gobernantes y jueces que conozcan la ley de tu Dios, y gobiernen con justicia a los habitantes de la provincia al oeste del río Éufrates. Estos líderes deberán enseñar la ley a los judíos que no la conozcan. El castigo inmediato para cualquiera que no obedezca la ley de tu Dios y las órdenes del rey podrá ser: una multa, la cárcel, la expulsión de su país, e incluso la muerte».
Al leer la carta, Esdras dijo:
«Doy gracias al Dios de nuestros antepasados, que puso en el rey el deseo de devolverle al templo de Dios su belleza. Dios hizo que el rey y sus consejeros me trataran bien, y me dio ánimo para convencer a muchos jefes judíos de que regresaran conmigo a Jerusalén».