Cada vez que abro la boca, tengo que gritar: “¡Ya viene el desastre! ¡Ha llegado la destrucción!” No hay día que no me ofendan por predicar tu mensaje. »Hay días en que quisiera no acordarme más de ti ni anunciar más tus mensajes; pero tus palabras arden dentro de mí; ¡son un fuego que me quema hasta los huesos! He tratado de no hablar, ¡pero no me puedo quedar callado!
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