Ese día, el Espíritu Santo le ordenó a Simeón que fuera al templo. Cuando los padres de Jesús entraron en el templo con el niño, para cumplir lo que mandaba la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo: «Ahora, Dios mío, puedes dejarme morir en paz. »¡Ya cumpliste tu promesa! »Con mis propios ojos he visto al Salvador
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