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Lucas 22:40-71

Lucas 22:40-71 TLA

Cuando llegaron al lugar, Jesús les dijo: «Oren, para que puedan soportar las dificultades que tendrán.» Jesús se alejó un poco de los discípulos, se arrodilló y oró a Dios: «Padre, ¡cómo deseo que me libres de este sufrimiento! Pero que no suceda lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.» Cuando Jesús terminó de orar, regresó a donde estaban los discípulos y los encontró durmiendo, pues estaban tan tristes que les había dado sueño. Entonces les dijo: «¿Por qué duermen? ¡Levántense y oren, para que puedan soportar las dificultades que tendrán!» Jesús estaba hablando todavía cuando llegó Judas, uno de los doce discípulos. Con él venían muchos hombres. Judas se acercó para besar a Jesús. Pero Jesús le dijo: «¡Judas! ¿Con un beso me traicionas a mí, el Hijo del hombre?» Cuando los discípulos vieron lo que iba a pasar, le dijeron a Jesús: —Señor, ¿los atacamos con la espada? Entonces uno de ellos sacó su espada y le cortó una oreja al sirviente del jefe de los sacerdotes. Pero Jesús dijo: —¡Alto! ¡No peleen! Luego, tocó la oreja del sirviente y lo sanó. Los que habían llegado a arrestar a Jesús eran los sacerdotes principales, los capitanes de la guardia del templo y los líderes del pueblo. Jesús les dijo: «¿Por qué han venido con cuchillos y palos, como si yo fuera un ladrón? Todos los días estuve enseñando en el templo delante de ustedes, y nunca me arrestaron. Pero, bueno, el diablo los controla a ustedes, y él les mandó que lo hicieran ahora, porque es en la oscuridad cuando ustedes actúan.» Los que arrestaron a Jesús lo llevaron al palacio del jefe de los sacerdotes. Pedro los siguió desde lejos. Allí, en medio del patio del palacio, habían encendido una fogata, y se sentaron alrededor de ella. Pedro también se sentó con ellos. En eso, una sirvienta vio a Pedro sentado junto al fuego, y mirándolo fijamente dijo: —Este también andaba con Jesús. Pedro lo negó: —¡Mujer, yo ni siquiera lo conozco! Al poco rato, un hombre lo vio y dijo: —¡Tú también eres uno de los seguidores de Jesús! Pedro contestó: —¡No, hombre! ¡No lo soy! Como una hora después, otro hombre insistió y dijo: —Estoy seguro de que este era uno de sus seguidores, pues también es de Galilea. Pedro contestó: —¡Hombre, ni siquiera sé de qué me hablas! No había terminado Pedro de hablar cuando de inmediato el gallo cantó. En ese momento, Jesús se volvió y miró a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Hoy, antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me conoces.» Pedro salió de aquel lugar y se puso a llorar con mucha tristeza. Los guardias que vigilaban a Jesús se burlaban de él; le tapaban los ojos, le pegaban, y luego le decían: «¡Profeta, adivina quién te pegó!» Luego, lo insultaron diciéndole muchas otras cosas. Cuando amaneció, los líderes del pueblo, los sacerdotes principales y los maestros de la Ley se reunieron y llevaron a Jesús ante la Junta Suprema. Allí le preguntaron: —Dinos, ¿eres tú el Mesías? Él les contestó: —Si les dijera que sí, ustedes no me creerían. Si les hiciera una pregunta, ustedes no me contestarían. Pero de ahora en adelante yo, el Hijo del hombre, tendré el poder y la autoridad que me da Dios todopoderoso. Entonces todos le preguntaron: —¿Así que tú eres el Hijo de Dios? Jesús les dijo: —Ustedes mismos lo han dicho. Ellos dijeron

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