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S. Lucas 22:40-71

S. Lucas 22:40-71 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)

Cuando llegaron al lugar, les dijo: «Oren para que no caigan en tentación». Entonces se separó de ellos a una buena distancia, se arrodilló y empezó a orar: «Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya». Entonces se apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Pero como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor y su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra. Cuando terminó de orar y volvió a los discípulos, los encontró dormidos, agotados por la tristeza. «¿Por qué están durmiendo? —les exhortó—. Levántense y oren para que no caigan en tentación». Todavía estaba hablando Jesús cuando se apareció una turba, y al frente iba uno de los doce, el que se llamaba Judas. Este se acercó a Jesús para besarlo, pero Jesús le preguntó: —Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre? Los discípulos que lo rodeaban, al darse cuenta de lo que pasaba, dijeron: —Señor, ¿atacamos con la espada? Y uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. —¡Déjenlos! —ordenó Jesús. Entonces tocó la oreja al hombre y lo sanó. Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los capitanes del Templo y a los líderes religiosos, que habían venido a prenderlo: —¿Acaso soy un bandido para que vengan con espadas y palos? Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no se atrevieron a ponerme las manos encima. Pero ya ha llegado la hora de ustedes, cuando reinan las tinieblas. Prendieron entonces a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía de lejos. Pero luego, cuando encendieron una fogata en medio del patio y se sentaron alrededor, Pedro se les unió. Una criada lo vio allí sentado a la lumbre, lo miró detenidamente y dijo: —Este estaba con él. Pero él lo negó, diciendo: —Muchacha, yo no lo conozco. Poco después lo vio otro y afirmó: —Tú también eres uno de ellos. —¡No, hombre, no lo soy! —contestó Pedro. Como una hora más tarde, otro lo acusó: —Seguro que este estaba con él; miren que es galileo. —¡Hombre, no sé de qué estás hablando! —respondió Pedro. En el mismo momento en que dijo eso, cantó el gallo. El Señor se volvió y miró directamente a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho: «Hoy mismo, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». Y saliendo de allí, lloró amargamente. Los hombres que vigilaban a Jesús comenzaron a burlarse de él y a golpearlo. Vendaron sus ojos y le preguntaban: —¡Profetiza! ¿Quién te pegó? Y le lanzaban muchos otros insultos. Al amanecer, se reunieron los líderes religiosos del pueblo, tanto los jefes de los sacerdotes como los maestros de la Ley, e hicieron comparecer a Jesús ante el Consejo. —Si eres el Cristo, dínoslo —le exigieron. Jesús contestó: —Si se lo dijera a ustedes, no me lo creerían y, si les hiciera preguntas, no me contestarían. Pero de ahora en adelante el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del Dios Todopoderoso. —¿Eres tú, entonces, el Hijo de Dios? —preguntaron a una voz. Y él les dijo: —Ustedes mismos lo dicen. —¿Para qué necesitamos más testimonios? —resolvieron—. Acabamos de oírlo de sus propios labios.

S. Lucas 22:40-71 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)

Cuando llegaron al lugar, Jesús les dijo: «Oren, para que puedan soportar las dificultades que tendrán.» Jesús se alejó un poco de los discípulos, se arrodilló y oró a Dios: «Padre, ¡cómo deseo que me libres de este sufrimiento! Pero que no suceda lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.» Cuando Jesús terminó de orar, regresó a donde estaban los discípulos y los encontró durmiendo, pues estaban tan tristes que les había dado sueño. Entonces les dijo: «¿Por qué duermen? ¡Levántense y oren, para que puedan soportar las dificultades que tendrán!» Jesús estaba hablando todavía cuando llegó Judas, uno de los doce discípulos. Con él venían muchos hombres. Judas se acercó para besar a Jesús. Pero Jesús le dijo: «¡Judas! ¿Con un beso me traicionas a mí, el Hijo del hombre?» Cuando los discípulos vieron lo que iba a pasar, le dijeron a Jesús: —Señor, ¿los atacamos con la espada? Entonces uno de ellos sacó su espada y le cortó una oreja al sirviente del jefe de los sacerdotes. Pero Jesús dijo: —¡Alto! ¡No peleen! Luego, tocó la oreja del sirviente y lo sanó. Los que habían llegado a arrestar a Jesús eran los sacerdotes principales, los capitanes de la guardia del templo y los líderes del pueblo. Jesús les dijo: «¿Por qué han venido con cuchillos y palos, como si yo fuera un ladrón? Todos los días estuve enseñando en el templo delante de ustedes, y nunca me arrestaron. Pero, bueno, el diablo los controla a ustedes, y él les mandó que lo hicieran ahora, porque es en la oscuridad cuando ustedes actúan.» Los que arrestaron a Jesús lo llevaron al palacio del jefe de los sacerdotes. Pedro los siguió desde lejos. Allí, en medio del patio del palacio, habían encendido una fogata, y se sentaron alrededor de ella. Pedro también se sentó con ellos. En eso, una sirvienta vio a Pedro sentado junto al fuego, y mirándolo fijamente dijo: —Este también andaba con Jesús. Pedro lo negó: —¡Mujer, yo ni siquiera lo conozco! Al poco rato, un hombre lo vio y dijo: —¡Tú también eres uno de los seguidores de Jesús! Pedro contestó: —¡No, hombre! ¡No lo soy! Como una hora después, otro hombre insistió y dijo: —Estoy seguro de que este era uno de sus seguidores, pues también es de Galilea. Pedro contestó: —¡Hombre, ni siquiera sé de qué me hablas! No había terminado Pedro de hablar cuando de inmediato el gallo cantó. En ese momento, Jesús se volvió y miró a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Hoy, antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me conoces.» Pedro salió de aquel lugar y se puso a llorar con mucha tristeza. Los guardias que vigilaban a Jesús se burlaban de él; le tapaban los ojos, le pegaban, y luego le decían: «¡Profeta, adivina quién te pegó!» Luego, lo insultaron diciéndole muchas otras cosas. Cuando amaneció, los líderes del pueblo, los sacerdotes principales y los maestros de la Ley se reunieron y llevaron a Jesús ante la Junta Suprema. Allí le preguntaron: —Dinos, ¿eres tú el Mesías? Él les contestó: —Si les dijera que sí, ustedes no me creerían. Si les hiciera una pregunta, ustedes no me contestarían. Pero de ahora en adelante yo, el Hijo del hombre, tendré el poder y la autoridad que me da Dios todopoderoso. Entonces todos le preguntaron: —¿Así que tú eres el Hijo de Dios? Jesús les dijo: —Ustedes mismos lo han dicho. Ellos dijeron

S. Lucas 22:40-71 Reina Valera Contemporánea (RVC)

Cuando llegó a ese lugar, Jesús les dijo: «Oren para que no caigan en tentación.» Luego, se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra, y allí se arrodilló y oró. Y decía: «Padre, si quieres, haz que pase de mí esta copa; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.» [Se le apareció entonces un ángel del cielo, para fortalecerlo. Lleno de angustia, oraba con más intensidad. Y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.] Cuando Jesús se levantó después de orar, fue a donde estaban sus discípulos, y a causa de la tristeza los halló durmiendo. Les dijo: «¿Por qué duermen? ¡Levántense y oren para que no caigan en tentación!» Mientras Jesús estaba hablando, se hizo presente una turba, al frente de la cual iba Judas, que era uno de los doce y que se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?» Cuando los que estaban con él se dieron cuenta de lo que pasaba, le dijeron: «Señor, ¿echamos mano a la espada?» Uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Pero Jesús les dijo: «¡Basta! ¡Déjenlos!» Tocó entonces la oreja de aquel hombre, y lo sanó. Luego, Jesús les dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: «¿Han venido con espadas y palos, como si fuera yo un ladrón? Todos los días he estado con ustedes en el templo, y no me pusieron las manos encima. Pero esta es la hora de ustedes, la hora del poder de las tinieblas.» Aquellos arrestaron a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. En medio del patio encendieron una fogata, y se sentaron alrededor de ella. También Pedro se sentó entre ellos. Pero una criada que lo vio sentado frente al fuego, se fijó en él y dijo: «Este también estaba con él.» Pedro lo negó, y dijo: «Mujer, yo no lo conozco.» Un poco después, otro lo vio y le dijo: «Tú también eres de ellos.» Pero Pedro le dijo: «¡Hombre, no lo soy!» Como una hora después, otro afirmó: «No hay duda. Este también estaba con él, porque es galileo.» Pedro le dijo: «¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y en ese momento, mientras Pedro aún hablaba, el gallo cantó. En ese mismo instante el Señor se volvió a ver a Pedro, y entonces Pedro se acordó de las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes de que el gallo cante, me negarás tres veces.» Enseguida, Pedro salió de allí y lloró amargamente. Los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. También le vendaron los ojos, le golpearon el rostro, y le decían: «Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?» Y lo insultaban y le decían muchas otras cosas. Cuando se hizo de día, se juntaron los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas, y llevaron a Jesús ante el tribunal y le preguntaron: «¿Eres tú el Cristo? ¡Responde!» Él les dijo: «Si les dijera que sí, no me lo creerían. Y si les hiciera preguntas, no me responderían ni me soltarían. Pero a partir de este momento el Hijo del Hombre se sentará a la derecha del poder de Dios.» Todos dijeron: «¿Así que tú eres el Hijo de Dios?» Él les respondió: «Ustedes dicen que lo soy.» Entonces ellos dijeron: «¿Qué más pruebas necesitamos? ¡Nosotros mismos las hemos oído de sus propios labios!»

S. Lucas 22:40-71 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)

Al llegar al lugar, les dijo: —Oren, para que no caigan en tentación. Se alejó de ellos como a la distancia de un tiro de piedra, y se puso de rodillas para orar. Dijo: «Padre, si quieres, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.» [ En esto se le apareció un ángel del cielo, para darle fuerzas. En medio de su gran sufrimiento, Jesús oraba aún más intensamente, y el sudor le caía a tierra como grandes gotas de sangre.] Cuando se levantó de la oración, fue a donde estaban los discípulos, y los encontró dormidos, vencidos por la tristeza. Les dijo: —¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren, para que no caigan en tentación. Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó mucha gente. El que se llamaba Judas, que era uno de los doce discípulos, iba a la cabeza. Este se acercó a besar a Jesús, pero Jesús le dijo: —Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre? Los que estaban con Jesús, al ver lo que pasaba, le preguntaron: —Señor, ¿atacamos con espada? Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Jesús dijo: —Déjenlos; ya basta. Y le tocó la oreja al criado, y lo sanó. Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los oficiales del templo y a los ancianos, que habían venido a llevárselo: —¿Por qué han venido ustedes con espadas y con palos, como si yo fuera un bandido? Todos los días he estado con ustedes en el templo, y no trataron de arrestarme. Pero esta es la hora de ustedes, la hora del poder de las tinieblas. Arrestaron entonces a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Allí, en medio del patio, habían hecho fuego, y se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos. En esto, una sirvienta, al verlo sentado junto al fuego, se quedó mirándolo y dijo: —También este estaba con él. Pero Pedro lo negó, diciendo: —Mujer, yo no lo conozco. Poco después, otro lo vio y dijo: —Tú también eres de ellos. Pedro contestó: —No, hombre, no lo soy. Como una hora después, otro insistió: —Seguro que este estaba con él. Además es de Galilea. Pedro dijo: —Hombre, no sé de qué hablas. En ese mismo momento, mientras Pedro aún estaba hablando, cantó un gallo. Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro, y Pedro se acordó de que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.» Y salió Pedro de allí y lloró amargamente. Los hombres que estaban vigilando a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. Le taparon los ojos, y le preguntaban: —¡Adivina quién te pegó! Y lo insultaban diciéndole otras muchas cosas. Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos de los judíos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, y llevaron a Jesús ante la Junta Suprema. Allí le preguntaron: —Dinos, ¿eres tú el Mesías? Él les contestó: —Si les digo que sí, no me van a creer. Y si les hago preguntas, no me van a contestar. Pero desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del Dios todopoderoso. Luego todos le preguntaron: —¿Así que tú eres el Hijo de Dios? Jesús les contestó: —Ustedes mismos han dicho que lo soy. Entonces ellos dijeron: —¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de sus propios labios.

S. Lucas 22:40-71 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza; y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación. Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba Judas, uno de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús para besarle. Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? Viendo los que estaban con él lo que había de acontecer, le dijeron: Señor, ¿heriremos a espada? Y uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó. Y Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos? Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas. Y prendiéndole, le llevaron, y le condujeron a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de lejos. Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos. Pero una criada, al verle sentado al fuego, se fijó en él, y dijo: También este estaba con él. Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco. Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy. Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también este estaba con él, porque es galileo. Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó. Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente. Y los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban; y vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: Profetiza, ¿quién es el que te golpeó? Y decían otras muchas cosas injuriándole. Cuando era de día, se juntaron los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas, y le trajeron al concilio, diciendo: ¿Eres tú el Cristo? Dínoslo. Y les dijo: Si os lo dijere, no creeréis; y también si os preguntare, no me responderéis, ni me soltaréis. Pero desde ahora el Hijo del Hombre se sentará a la diestra del poder de Dios. Dijeron todos: ¿Luego eres tú el Hijo de Dios? Y él les dijo: Vosotros decís que lo soy. Entonces ellos dijeron: ¿Qué más testimonio necesitamos? porque nosotros mismos lo hemos oído de su boca.

S. Lucas 22:40-71 La Biblia de las Américas (LBLA)

Cuando llegó al lugar, les dijo: Orad para que no entréis en tentación. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra, y poniéndose de rodillas, oraba, diciendo: Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Entonces se le apareció un ángel del cielo, fortaleciéndole. Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra. Cuando se levantó de orar, fue a los discípulos y los halló dormidos a causa de la tristeza, y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para que no entréis en tentación. Mientras todavía estaba Él hablando, he aquí, llegó una multitud, y el que se llamaba Judas, uno de los doce, iba delante de ellos, y se acercó a Jesús para besarle. Pero Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? Y cuando los que rodeaban a Jesús vieron lo que iba a suceder, dijeron: Señor, ¿heriremos a espada? Y uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Respondiendo Jesús, dijo: ¡Deteneos! Basta de esto. Y tocando la oreja al siervo, lo sanó. Entonces Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los oficiales del templo y a los ancianos que habían venido contra Él: ¿Habéis salido con espadas y garrotes como contra un ladrón? Cuando estaba con vosotros cada día en el templo, no me echasteis mano; pero esta hora y el poder de las tinieblas son vuestros. Habiéndole arrestado, se lo llevaron y le condujeron a la casa del sumo sacerdote; mas Pedro le seguía de lejos. Después de encender ellos una hoguera en medio del patio, y de sentarse juntos, Pedro se sentó entre ellos. Y una sirvienta, al verlo sentado junto a la lumbre, fijándose en él detenidamente, dijo: También este estaba con Él. Pero él lo negó, diciendo: Mujer, yo no le conozco. Un poco después, otro al verlo, dijo: ¡Tú también eres uno de ellos! Pero Pedro dijo: ¡Hombre, no es cierto! Pasada como una hora, otro insistía, diciendo: Ciertamente este también estaba con Él, pues él también es galileo. Pero Pedro dijo: Hombre, yo no sé de qué hablas. Y al instante, estando él todavía hablando, cantó un gallo. Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro. Y recordó Pedro la palabra del Señor, cómo le había dicho: Antes que el gallo cante hoy, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente. Los hombres que tenían a Jesús bajo custodia, se burlaban de Él y le golpeaban; y vendándole los ojos, le preguntaban, diciendo: Adivina, ¿quién es el que te ha golpeado? También decían muchas otras cosas contra Él, blasfemando. Cuando se hizo de día, se reunió el concilio de los ancianos del pueblo, tanto los principales sacerdotes como los escribas, y llevaron a Jesús ante su concilio, diciendo: Si tú eres el Cristo, dínoslo. Pero Él les dijo: Si os lo digo, no creeréis; y si os pregunto, no responderéis. Pero de ahora en adelante, EL HIJO DEL HOMBRE ESTARá SENTADO A LA DIESTRA del poder DE DIOS. Dijeron todos: Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios? Y Él les respondió: Vosotros decís que yo soy. Y ellos dijeron: ¿Qué necesidad tenemos ya de testimonio? Pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca.

S. Lucas 22:40-71 Nueva Traducción Viviente (NTV)

Allí les dijo: «Oren para que no cedan a la tentación». Se alejó a una distancia como de un tiro de piedra, se arrodilló y oró: «Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía». Entonces apareció un ángel del cielo y lo fortaleció. Oró con más fervor, y estaba en tal agonía de espíritu que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre. Finalmente se puso de pie y regresó adonde estaban sus discípulos, pero los encontró dormidos, exhaustos por la tristeza. «¿Por qué duermen? —les preguntó—. Levántense y oren para que no cedan ante la tentación». Mientras Jesús hablaba, se acercó una multitud, liderada por Judas, uno de los doce discípulos. Judas caminó hacia Jesús para saludarlo con un beso. Entonces Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?». Cuando los otros discípulos vieron lo que estaba por suceder, exclamaron: «Señor, ¿peleamos? ¡Trajimos las espadas!». Y uno de ellos hirió al esclavo del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo: «Basta». Y tocó la oreja del hombre y lo sanó. Entonces Jesús habló a los principales sacerdotes, a los capitanes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido a buscarlo. «¿Acaso soy un peligroso revolucionario, para que vengan con espadas y palos para arrestarme? —les preguntó—. ¿Por qué no me arrestaron en el templo? Estuve allí todos los días, pero este es el momento de ustedes, el tiempo en que reina el poder de la oscuridad». Entonces lo arrestaron y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Y Pedro los siguió de lejos. Los guardias encendieron una fogata en medio del patio y se sentaron alrededor, y Pedro se sumó al grupo. Una sirvienta lo vio a la luz de la fogata y comenzó a mirarlo fijamente. Por fin dijo: «Este hombre era uno de los seguidores de Jesús». Pero Pedro lo negó: «¡Mujer, ni siquiera lo conozco!». Después de un rato, alguien más lo vio y dijo: —Seguramente tú eres uno de ellos. —¡No, hombre, no lo soy! —contestó. Alrededor de una hora más tarde, otra persona insistió: «Seguro este es uno de ellos porque también es galileo». Pero Pedro dijo: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Inmediatamente, mientras aún hablaba, el gallo cantó. En ese momento, el Señor se volvió y miró a Pedro. De repente, las palabras del Señor pasaron rápidamente por la mente de Pedro: «Mañana por la mañana, antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Y Pedro salió del patio, llorando amargamente. Los guardias que estaban a cargo de Jesús comenzaron a burlarse de él y a golpearlo. Le vendaron los ojos y le decían: «¡Profetízanos! ¿Quién te golpeó esta vez?». Y le lanzaban todo tipo de insultos. Al amanecer, todos los ancianos del pueblo se reunieron, incluidos los principales sacerdotes y los maestros de la ley religiosa. Llevaron a Jesús ante el Concilio Supremo y le dijeron: —Dinos, ¿eres tú el Mesías? Él les respondió: —Si lo dijera, no me creerían; y si yo les hiciera una pregunta, ustedes no me la contestarían. Sin embargo, desde ahora, el Hijo del Hombre estará sentado en el lugar de poder, a la derecha de Dios. Todos gritaron: —¿Entonces afirmas que eres el Hijo de Dios? Y él contestó: —Ustedes dicen que lo soy. «¿Para qué necesitamos otros testigos? —dijeron—. Nosotros mismos lo oímos decirlo».