¡Alabemos a nuestro Dios, con todas nuestras fuerzas! Dios mío, tú eres un Dios grandioso, cubierto de esplendor y majestad, y envuelto en un manto de luz. Extendiste los cielos como una cortina y sobre las aguas del cielo pusiste tu habitación. Las nubes son tus carros de combate; ¡viajas sobre las alas del viento! Los vientos son tus mensajeros; los relámpagos están a tu servicio. Afirmaste la tierra sobre sus bases, y de allí jamás se moverá. Cubriste la tierra con el agua del mar; ¡cubriste por completo la cumbre de los cerros! Pero lo reprendiste, y el mar se retiró; al oír tu voz de trueno, el mar se dio a la fuga. Las aguas subieron a los cerros, y bajaron a los valles, hasta llegar al lugar que les habías señalado. Tú les pusiste límites que jamás deben rebasar, para que nunca más vuelvan a inundar la tierra.
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